El Real Zaragoza pudo ganar cuando lo tenía todo perdido y pudo consumar una nueva derrota después de haber igualado un 0-2 en contra. Así es la vida en este equipo, por dentro y por fuera, un bloque que envía señales demasiado contradictorias. Que deja al personal muy alegre por el rescate de un punto después de haberlo castigado con una primera mitad de defensa ramplona pese a plantarse de nuevo con tres centrales y cinco defensas, algo inaudito en la historia de La Romareda. Cuando Lucas Alcaraz decidió tirar ese guión a la basura, demasiado tarde, y apostó a todo o nada, el conjunto aragonés recuperó el color, el balón y creó ocasiones frente a un Mallorca que antes le había atropellado como una apisonadora. Lo planchó con dos dos goles del esprinter Lago Júnior aprovechando su superioridad y los errores de Perone y Verdasca y lo envió al vestuario a recibir la extremaunción. La entrada de Benito le dio alas y un motor a reacción, y la posterior de Marc Gual, gol y oportunidades. También Igbekeme, que venía de la reserva, le metió chispa al centro del campo. Lucas Alcaraz salió bien parado hasta de colocar a Delmás junto a Perone y Nieto, una decisión extrema y peligrosa (menos, no obstante, que la de dar continuidad a Verdasca). La escuadra de Vicente Moreno, sin perder el norte ni su aseada forma de interpretar el juego, sí sufrió cierto vértigo. Su portero, como Cristian en el otro costado, se encargó del reparto de beneficios en plena locura.

No se puede saber hacia dónde camina este Real Zaragoza mudable, tan permeable atrás, indefenso por momentos y explosivo partiendo desde la cola del pelotón, pedaleando por desniveles inhumanos. Ninguna apuesta estratégica ha funcionado bien, y todas se mezclan en una sinfonía de desconcertantes búsquedas de identidad. Parecía que Tarragona había descubierto un plan más o menos fiable. Nada más lejos de la realidad. Verdasca tuvo que ser retirado por peligro público del trío de centrales. El portugués se hace con la titularidad sin razones objetivas, con unos galones que no le corresponden. En el centro del campo, Alberto Zapater, otra de las novedades en el once, confirmó que ya no está para partidos enteros, y que sus apariciones han de ser muy administradas. Fue otro de los sacrificados para imprimir algo a una medular descompuesta, con Igbekeme tomando su relevo para bien. Todos los cambios aportaron cosas positivas, sobre todo la de Benito, que se echó el equipo a las espaldas y convulsionó su banda con un amplio catálogo de variedades atacantes. ¿Será el mismo contra el Alcorcón la próxima semana? Es la pregunta del millón, hasta qué punto extenderá el Real Zaragoza esa versión emocionante más allá de un periodo o regresará a la caverna contra cualquiera. Por el momento no hay respuestas. No le da para vencer en su estadio ni para despegar en la clasificación por su irregularidad, inmadurez y la mala elección por parte del entrenador de algunos futbolistas.

Mar Gual fue otro de los que brilló con luz propia. Con su primer disparó acortó distancias y con el segundo provocó el empate de Jorge Pombo. A punto estuvo de marcar de nuevo con un violento zurdazo en plena catarsis de atrevimiento y seguridad en sí mismo como nunca antes lo había hecho. Los tres delanteros agitaron el destino. No fueron garantía sólida en anteriores compromisos pero entraron en erupción con Pombo de líder y le metieron el miedo en el cuerpo al Mallorca. ¿Volverán a cruzarse sus musas de nuevo en el próximo partido? Otra pregunta de la que no se desprenden los interrogantes. Porque da la impresión de que el Real Zaragoza empieza de cero en cada jornada. En la pizarra, en el campo, en la actitud... La ternura le mata y la inocencia le hace perder el pudor para emprender misiones casi imposibles como la de igualar al Mallorca, un señor equipo con mucha más miga y corteza. Es divertido y gratificante para su gente verlo luchar (y hasta jugar bien a ráfagas) dentro del marco de un espectáculo suicida. Sin embargo, aún sigue siendo alimento para los leones dentro de esas jaulas en las que se mete o le encierran. Por mucha adrenalina y simpatía que genere, no es nada saludable el sufrimiento como norma, la improvisación como recurso natural. El caos como música de fondo.