«Vivimos en una época en la que la foto y el vídeo tienen más importancia de la que yo considero. Las cosas se hacen porque a uno le apetece». A Alberto Zapater le apeteció, hace algo más de tres semanas, formar parte de la procesión de zaragocismo que recibió al autobús del equipo justo antes del encuentro ante el Rayo Majadahonda. El capitán, ausente por lesión, fue un grito de apoyo más hacia el batallón luciendo sonrisa en el rostro y compartiendo momento con su hijo Oliver, al que portaba a hombros. Las redes sociales, claro, no tardaron en trasladar la instantánea a propios y extraños.

La cámara, esa a la que Zapater nunca prestó atención, convirtió el momento en un derroche de zaragocismo. «Mi intención era jugar con mis hijos en el parque situado junto a La Romareda y acudir a recibir a mis compañeros al vestuario, pero se alargó la cosa, como suele pasar cuando sales de casa con niños». Así que la llegada a La Romareda se demoró algo más de lo previsto inicialmente. De hecho, el ejeano y su familia se personaron en los alrededores del campo cuando todo estaba preparado para llevar a cabo el recibimiento al equipo, «así que, después de que mi hijo no parara de cantar el himno en el coche, simplemente llegas y te propones disfrutar del momento. Y disfruté», asegura.

Así, participantes inesperados en ese ritual sagrado que acompaña cada partido en casa, Zapater y su hijo dejaron de ser futbolista y vástago para pasar a convertirse en dos más. El fútbol desde otro punto de vista. El futbolista camuflado de hincha. El hincha camuflado de futbolista. «No sé cuántas veces lo haré desde esa parte porque mi hijo crece a la velocidad del rayo», relató ayer el ejeano.

Como entonces, Zapater esbozaba una sonrisa orgullosa mientras recordaba aquel momento, al que no había querido referirse hasta ahora. «Estaba lesionado y no quería ser protagonista por ello». Aquella imagen, esa foto que nunca buscó y que inundó enseguida las redes sociales de las que recela, ya forma parte de la historia de un idilio. Una alianza de aspecto inquebrantable entre jugador y afición. Entre capitán y pueblo. «Son momentos únicos». Y vuelve a sonreír. Eso sí, «espero no volver a vivirlo este año salvo dentro del autobús». Allí dentro, sus compañeros asistían impávidos a otra declaración de amor. «Esperaba que me vieran porque les habría hecho ilusión, pero no me vieron», recordó el canterano. No tardarían mucho en hacerlo. Como el resto del zaragocismo, al que todavía le brillan los ojos con aquella imagen. Quizá, la mejor foto de Zapater.