Por cuarta vez consecutiva, desde que Víctor Fernández se sienta en el banquillo, el Real Zaragoza se ha visto por detrás en el marcador. En los tres anteriores partidos, dos los remontó y en el otro no acertó con la portería del Málaga para acabar perdiendo. Hubo momentos de fútbol, de un buen desarrollo del juego, de un crecimiento anímico reflejado en el campo y en los resultados. Contra el Rayo Majadonda, en el Comunale del Cerro del Espino, se vio en la peor de las tesituras frente a un adversario que con lo mímino le hizo ruborizarse. Y regresó a aquella versión vulnerable, pobre y acongojada de su momento más crítico de la temporada. A punto de tirar la toalla, dos goles de bandera de Soro y Eguaras evitaron la catástrofe completa, pero no la confirmación de que habrá que seguir pujando por la salvación. Y si no espabila o le traen algo que alegre de verdad la plantilla (un delantero que por lo menos tire a puerta), tendrá que hacerlo con sufrimiento. Porque en defensa, una vez más, hizo aguas pese a que los madrileños abrieron el grifo con más entusiasmo que peligro.

El encuentro del Real Zaragoza solo puede calificarse de infame. Estuvo casi siempre por debajo del nivel del Rayo Majadahonda, un conjunto que le pintó la cara con un par de rotuladores: presión, carrera larga y defensa para pocas bromas. No obstante, hubo capítulos en los que el equipo de Antonio Iriondo, además, manejó los tiempos y la pelota a su antojo, superior a un centro del campo por donde Zapater, Eguaras e Igbekeme pasearon a hombros un espíritu nazaraneo, de corona de espinas cada vez que tenían que imaginar alguna cosa con el esférico en los pies. La medular, por la que Pombo también protagonizó su particular procesión hasta que fue sustituido, fue un derrumbe constante de pérdidas no forzadas y pases chatos.

El desplome fue general con excepción de Alberto Soro, que salía de titular por segunda vez este curso en Liga. El chico fue el único capaz de imprimir sentido, ambición y gol a un Real Zaragoza sin carácter alguno. El empate se lo deben a él y a nadie más, y a partir de ahora, en la pizarra su nombre deberá ser el primero en aparecer. Nadie puede estar por delante pese a que tenga tardes menos brillantes. Ni Marc Gual, que volvió a ser un alma en pena, ni Álvaro Vázquez, quien falto de ritmo salió para darse, como es habitual incluso cuando está al cien por cien, un garbeo por el partido. Soro desprende más proyección, verticalidad, clase e intención en el pase que ambos juntos. En este Real Zaragoza, su maduración ha de producirse en el once sí o sí.

Se fabricó un gol fantástico, de futbolista decidido y con capacidades. En el funeral, puso la nota alegre. Luego llegó Eguaras y después de tres disparos consecutivos le salió otro misil. El empate no saca del pobre al equipo aragonés, que en labores de contención volvió a bajar escalones con Lasure fuera de lugar y Guitián y Álex Muñoz viendo cómo les colocaban un monigote tras otro en sus espaldas. Con un punto inicia la segunda vuelta peor que la primera. Y el próximo viernes recibirá al Oviedo, sí el del 0-4 en el Carlos Tartiere. Será con Soro en el once y la necesidad de recuperar cuanto antes el pulso, para lo que vendría de perlas en un buen masaje cardiaco en el mercado de invierno en forma de fichajes.