La Copa se presentó otra vez inoportuna. Quién lo iba a decir cuando es la niña de los ojos del zaragocismo. Pero esta temporada, con la proa del equipo asomando en la tercera posición de la Liga y el ascenso en el horizonte después de siete temporadas de claustrofóbico peregrinaje por Segunda, este torneo es una espina clavada en el calendario. En esta ocasión, contra el Nástic, Víctor Fernández confeccionó una alineación competitiva aunque, en el fondo, con un evidente intención de ofrecer rodaje a futbolistas que deben sentirse y ser parte de la aventura cuando recuperen la forma o sean reclamados a filas. Dejó a los jóvenes aspirantes en el banquillo y puso en escena un once con titulares como Guitián, Clemente e Igbekeme. También a Kagawa, que ha perdido pujanza fruto de su insípida aportación. E injertó a jugadores de nivel como Ros,el mejor en Tarragona, y Álex Blanco, quien tuvo 45 minutos estupendos. Grippo, Delmás, Ratón, Linares y el errático Papunashvili, quien hizo su gol después de una mañana, quizás la última en este club, de churriguerescos y poco productivos adornos. Era un Real Zaragoza, por lo tanto, con suficientes argumentos como para superar esta ronda, como así ocurrió aunque con más sufrimiento del deseado después de contar un 0-2 favorable gracias a dos tantos en propia de un Nástic muy aseado y dispuesto a combatir hasta el final.

La falta de minutos cobra su peaje. Y lo hizo puntual. En principio todo iba sobre ruedas, con un Zaragoza dominante, sin necesidad de crear ocasiones ante la apabullante superioridad en el manejo de la pelota reflejados en la chispeante verticalidad de Álex Blanco y el control en la sala de operaciones de Ros e Igebekeme. El Nástic despejó un par de veces hacia su portería y el equipo de Víctor Fernández acrecentó las distancias también en el marcador. La segunda parte se le atragantó porque el Nástic negó su rendición y porque las piernas se cargaron de plomo. Acortó distancias el conjunto catalán como consecuencia de su frescura y acarició la igualada. Los debuts de Marc Aguado y Baselga ilusionaban, pero el peligro y la inquietud crecían. Hasta que el señor Alberto Soro salió al campo. Me voy por aquí... No mejor por allá y ya que estoy tan cerca de la portería aunque con poco ángulo, toma Papu, métela. Sea un partido con o sin urgencias, con mayor o menor responsabilidad, el talento es el talento. También en la Copa, que regala rosas tan bellas como la de Soro incluso en un jardín de espinas.