Fue una liberación y la prueba más irrefutable de que está de vuelta. Luis Suárez ha regresado, un pelín más tarde de lo que el zaragocismo hubiera deseado, pero a tiempo. Y no solo por su gol, un bálsamo personal, un tanto cargado de significado para él y para toda la parroquia blanquilla, un beso a la red clave para el devenir de una victoria tan necesaria como imprescindible tras el tropezón contra el Almería.

Marcó, lo celebró y miró a la afición del Real Zaragoza. Sí, a los seguidores blanquillos que, guiados por esa bendita locura que recorre el cuerpo y el corazón, alquilaron unas habitaciones en un hotel adyacente al Francisco de la Hera desde el que se veía gran parte del campo. Les dedicó un puño en alto, una mirada cómplice con una sonrisa que tardará en borrarse de su cara. Estaba como un león enjaulado, sin buenas sensaciones, sin encontrar ni el camino del gol ni su mejor juego, atascado como el propio Real Zaragoza, pero en Almendralejo el cafetero volvió a su ser, lo cual es una enorme noticia para el equipo aragonés, porque se le necesita para rematar la faena y subir a Primera. 18 bolitas a la jaula.

Luis Suárez se pareció al de antes del parón. No fue su partido más brillante como blanquillo, pero se acercó a su mejor nivel. Contra el Extremadura hizo gala de sus mejores virtudes y las aprovechó para hacer daño y adquirir un protagonismo que se le había negado en los anteriores tres encuentros.

Cuando bajó a recibir la pelota, limitó sus pérdidas de balón, aguantó el esférico con más seguridad y permitió comenzar las ofensivas con más pausa y claridad. Además, encontró en Soro un gran aliado. No fue el que más balones le surtió, pero su compañía en la punta del ataque, más cercana que la de Kagawa en los anteriores duelos, le vino de perlas al colombiano. Le descargó de responsabilidades ofensivas, le ayudó en la presión y, sobre todo, por encima de todo ello, le posibilitó acudir al espacio. No se le había visto tan apenas en las primeras tres jornadas desde el retorno de la competición ir al hueco, encarar, mirar de frente a la zaga y marcharse por pura potencia. Estaba como sedado, tranquilo, sin chispa, sin el colmillo afilado. Recibía y miraba hacia atrás en lugar de hacia delante. Hasta ayer.

Pudo ser un saco

Y así, aderezado todo con un un Guti excelso, unos Eguaras y Torres que le buscaron y los desbarajustes defensivos del Extremadura, Suárez marcó uno y pudo hacer un saco de goles. Al espacio le regaló a Guti el empate cuando peor estaba el Real Zaragoza, cuando el duelo se iba por el sumidero. Acto seguido, la misma fórmula: caída a banda y a encarar. Esta vez salió hacia afuera y la mandó a las nubes, pero ya se le intuía que olía sangre.

Antes del descanso hizo una jugada marca de la casa, con un desmarque, una carrera de puro nervio contra Pardo, que pareció un 600 contra un Ferrari, y la lástima fue que la definición en el mano a mano no fue buena y Casto detuvo una ocasión franca de gol, ese que se le había resistido desde la reanudación de la Segunda División.

Pero el destino tenía guardado el gol de Suárez. Eguaras dio un pase con el esmoquin puesto a Delmás, que puso un servicio certero, preciso, al mismo corazón del área y al mismo corazón de Luis Suárez, que se desquitó clavándola en la portería. Un tanto perseguido, un gol necesario y la certeza de que el colombiano ha vuelto.

Cuajó su mejor partido de los últimos cuatro y fue, de nuevo, esa gran amenaza, esa mosca que no para de incordiar a la defensa, ese león que pelea cada balón, ese futbolista de rasmia y potencia pura y, sobre todo, ese delantero que tanto anhelaba el Real Zaragoza. Se le echó de menos contra el Alcorcón, el Lugo y el Almería, pero se ha redimido y ahora en el centro de la diana le espera el Huesca en otro duelo clave.