Mitad de febrero, jornada 28 consumida. El Real Zaragoza está en ascenso directo, con un punto de renta sobre el Almería y el Huesca y a cinco del Cádiz, el líder, que perdió en casa con el Málaga (0-1). El partido con el Mirandés continúa aún pendiente. Se jugará este miércoles. Es eso, lo que dicen los números, que son los que sintetizan quién lo ha hecho mejor y quién lo ha hecho peor, pero sobre todo lo que transmite el equipo viéndolo jugar: fortaleza, competitividad, una gran seguridad, ritmo de juego altísimo, presión en campo contrario, solidez mental, convicción y un colmillo ofensivo tremendo. Así ha descrito la curva ascendente de este principio del 2020, que le ha llevado hasta el cielo.

Después de casi seis meses de competición y dos ventanas de fichajes, todos los deseos de Víctor Fernández se han visto colmados. Cambiar la estructura defensiva del equipo, prioritario para el entrenador, con futbolistas de un perfil mucho más físico, de un escalón superior y con mayor nivel que los de la campaña pasada; poder contar con los pulmones de Guti y la brújula de Eguaras tras sus problemas de pubalgia y buscar en el mercado hambre, juventud, deseo, físico, velocidad, verticalidad y clase para el ataque, virtudes personificadas principalmente en las figuras de Luis Suárez y Puado, que da una versatilidad muy superior a la de Dwamena. Burgui, el último en llegar, también entra en esa categoría de jugadores de alta alcurnia.

La valoración que hizo el entrenador de cuáles eran los problemas y dónde estaban las soluciones fue perfecta. El trabajo de búsqueda de refuerzos para convertir las debilidades en fortalezas, muy bueno también. La suma de Víctor Fernández y de Lalo Arantegui, del agua con el aceite hirviendo, por la que apostó el Real Zaragoza como institución con un profundo trabajo de mano izquierda en los despachos, está dando los mejores resultados. Queda conservar este poderío unos meses más y rematar este gran trabajo de aquí al final de Liga.