Aunque las distancias sean cortas, a dos puntos de la SD Huesca cuando restan nueve por disputarse, el Real Zaragoza se ha distanciado física y mentalmente del objetivo del ascenso directo. No va en esa dirección, sino en la contraria. Esta semana van a diluviar peticiones de milagros y teorías peregrinas del 'sí se puede', muchas sentidas y otros artificiales. Pero el equipo aragonés no pudo ganar en Tenerife porque Atienza volvió a meter la bota hasta el fondo y porque se fue desintegrado en partículas individuales, en futbolistas sometidos a la anarquía por falta absoluta de cohesión táctica, de inoportuna improvisación. Zapater, que lo dio todo, apareció en la alineación por arte de birlibirloque, porque a Víctor Fernández se le ocurrió que su figura y su experiencia podrían contagiar de compromiso a sus compañeros en un momento crucial. Con 18 minutos en toda la temporada, el zaragozano trabajó con dignidad y desplegó un sacrificio ejemplar, pero su presencia propició de nuevo el martirio de Guti, un alfil condenado a peón que terminó la noche devorado por sus demonios interiores. En su infierno personal ardió también el Real Zaragoza, con Eguaras inútilmente encajonado en un zulo sin luz por delante de la defensa.

Era un encuentro para transmitir normalidad. Pero había que buscar un golpe de efecto, ese redoble de que tanto seduce a los entrenadores cuando no saben por dónde salir de la crisis. El gol de Luis Suárez y unos minutos de coordinada efervescencia ofensiva ofrecieron una imagen refrescante. Llegó Atienza con la guadaña bien engrasada y decapitó la ventaja. Después el Real Zaragoza se entumeció mientras Luis Milla y Aitor Sanz bordaban la belleza en el centro del campo, un fútbol delicado pero también carente de malicia. El Tenerife tomó el mando con una suficiencia abrumadora, con criterio y libertad donde nadie le discutía absolutamente nada. Sin suministro alguno, Puado, Soro y Luis Suárez ingresaron en el limbo. En un partido que pedía el cien por cien, el Real Zaragoza transitó entre la histeria, el abatimiento y la impotencia. Como un ángel sin alas, estrellándose en cada intento de despegar hacia alguna parte. Agotado, incoherente, presionado. Huérfano de líderes en el césped y en el banquillo. En lugar de consumir energías en lo imposible, tendría que centrarse de inmediato en recuperar para los playoffs algo de los restos del naufragio, de aquella embarcación modesta pero fiable, ahora un barco fantasma con Víctor encallado en la costa de la incongruencia y de las limitaciones de la plantilla.

La cuestión es renegociar el estado de ánimo con un golpe de timón profesional y realista. Se ha llegado hasta la orilla, se ha acariciado incluso el ascenso como líderes. No ha podido ser porque su frágil estructura no da para los dos primeros puestos, pero su curso podría calificarse de sobresaliente sin exagerar lo más mínimo. Va a clasificarse para la fase de eliminatorias por lo que el sentimiento de fracaso o la depresión no tienen justificación. La clave reside en minimizar los daños psicológicos y reconducir al grupo hacia otra batalla distinta, para una pelea de la que se han hecho merecedores y que todavía podría abrir la puerta de Primera. Un solo segundo frente al muro de las lamentaciones de lo que pudo ser y no fue es tiempo perdido. Carece ya de sentido ese desgaste. La pregunta más inquietante es sí Víctor Fernández y su cuerpo técnico tienen la capacidad para inyectar ilusión y competitividad en grado superlativo a un vestuario que alicataron bien pero que se ha derrumbado. Bajo esos escombros, sin embargo, aún hay un tesoro por el que seguir adelante. Con Guti en su sitio y Atienza lo más lejos posible de la titularidad. A ser posible, sin ramalazos de entrenador apesadumbrado ante el gran reto de su carrera profesional: navegar contracorriente y alcanzar el éxito.