Acabó el 2013 con un empate frustrante ante el Murcia y, de nuevo, malas sensaciones futbolísticas. Empezó el 2014 peor que acabó el año anterior. Casi con las uvas cayendo todavía por el garganchón, el club se desayunó con una denuncia conjunta, todos a una, de Movilla, Paredes y José Mari en respuesta al deseo de la SAD de prescindir de sus servicios durante el mercado de enero. A la par, y fruto de la casualidad, no seamos malpensados, aviso serio de la AFE, el sindicato de los jugadores en defensa de sus afiliados. Y junto a todo ese batiburrillo, un problema sin resolver dentro del vestuario, agitación, líos extradeportivos en primera plana, cruces de acusaciones de unos contra los otros y el ambiente enrarecido.

Sin embargo, con un clima viciado como telón de fondo, curiosamente generado desde dentro del equipo por tres de sus integrantes --en defensa de unos intereses económicos legítimos pero con un objetivo de mayor alcance que cobrar unos cuantos miles de euros--, ha sido cuando el Zaragoza ha elevado dos o tres escalones la categoría de su fútbol y, por extensión, del signo de sus resultados. Dos partidos en el 2014, dos victorias, la primera en Gijón y la última convincente y con la pelota como protagonista contra el Alcorcón.

Ahora resulta que el equipo no añora a nadie y está a un punto del ascenso directo tras jugar, quizá, el partido más completo en casa. Y al final lo que amenazaba con desintegrar el vestuario y la unidad moral del grupo ha terminado por provocar el efecto contrario: la unión, la cohesión, el fortalecimiento de la plantilla en torno a sí misma y al entrenador. Ayer incluso el ambiente en la grada giró también de dirección al calor del triunfo. El equipo da, la afición dará también. Lo que ha ocurrido es lo que toda la vida se ha llamado un tiro por la culata.