Cuando un equipo encaja 19 goles a balón parado -14 de estrategia, cuatro de penalti y otro de falta directa- en 29 jornadas está abocado al sufrimiento. Cuando el fútbol, además, se acaba en el área rival, donde la mirada se nubla y el talento se esfuma, el problema es mucho más serio. Ese es el Zaragoza. Un equipo de Segunda División que deambula otra vez demasiado cerca del abismo y a años luz de los mejores. A estas alturas ya no caben medias tintas. La temporada es un fiasco absoluto y todos los que participaron en su preparación, programación y elaboración han fracasado estrepitosamente.

Hay futbolistas con talento sí, pero no existe talento colectivo. Hay jugadores con calidad, pero ni rastro de ella ni de intención en los últimos treinta metros, donde el Zaragoza, sin Álvaro Vázquez, es uno de los peores equipos de la categoría. A balón parado, en todo caso, es el peor. Ningún otro ha encajado casi una veintena de tantos a través de esta disciplina a estas alturas del campeonato. La cantidad es indecente y una merecida condena a sudar sangre para mantener la categoría.

A eso, a salvarse, queda abocado un conjunto aragonés al que, eso sí, da gusto ver tocar el balón. Sacarlo aseado desde atrás, conectar y superar líneas de pase, pero hasta ahí. Las escasas llegadas en profundidad acaban en centros imprecisos y nadie se atreve a disparar desde fuera del área, modalidad en la que, por cierto, el Zaragoza carece de especialistas. Tampoco los hay en el golpeo de saques de esquina. Hasta nueve tuvo ayer el conjunto aragonés y no remató ninguno. Es decir, como casi siempre. El Granada tuvo cuatro y le bastó el primero para marcar y encarrilar el encuentro. A los tres minutos, el Zaragoza se volvía a subir al remolque de siempre.

No hay ejecutores certeros ni un puñado de rematadores potenciales. De hecho, los tres jugadores que han marcado a balón parado -Verdasca, Álvaro y Álex Muñoz- no estaban ayer en el campo y el Zaragoza, un equipo pequeño, menguó todavía más.

No es solo que el equipo aragonés no domine las dos áreas. Es que en ambas parcelas es donde es más vulnerable. El Zaragoza desaparece en la zona donde el fútbol dicta sentencia. Ahí, todo es oscuro y tenebrososo. Como el futuro inmediato de un equipo que ayer encajó la tercera derrota consecutiva por primera vez en toda la temporada. El castigo, seguramente, es injusto para Víctor, responsable directo de que el Zaragoza aún respire, pero no para un equipo que hace demasiadas cosas mal y con numerosos defectos.

El técnico, en todo caso, sigue siendo la esperanza, quizá la única, a la que el zaragocismo se aferra. Al menos, el Zaragoza es capaz de competir y lo ha hecho ante tres equipos -Osasuna, Albacete y Granada- llamados a pelear por el ascenso directo. Incluso fue superior que ellos durante algún tramo pero siempre fue inferior en las áreas. Es el Zaragoza el mejor sin porterías y un horror con ellas.

Tenía ganas Víctor de salir en defensa de Álvaro Vázquez, Ya lo hizo una vez, ayer volvió a hacerlo y lo pregonará a los cuatro vientos las veces que haga falta. El catalán no es solo el mejor delantero de la plantilla sino un elemento fundamental para que el Zaragoza salga de esta con vida. Sin él, la luz se apaga y el equipo es peor. Mucho peor. Y pasa de tocar el balón a tocar las narices. Su presencia es tan vital como la de Cristian Álvarez, un gran portero que, eso sí, no es de los que más aporta en la defensa a balón parado. Bajo palos, no hay duda, es el mejor.

Vuelve el miedo y la congoja. Regresan aquellos fantasmas que el zaragocismo creía haber ahuyentado. Toca apretar los puños, encoger el alma y sufrir. Siempre sufrir. El efecto Víctor se ha diluido, los males se repiten y solo queda confiar en que el entrenador vuelva a hacerlo y consiga encontrar una vía para escapar del agujero negro.