No. Un 3-0 no neutraliza cualquier repercusión del árbitro en el desenlace de un partido que acaba en goleada. Al menos, no fue el caso en Girona, donde el Zaragoza volvió a ser maltratado por unas decisiones inconcebibles e impropias de este siglo. El VAR, esa herramienta que, aseguran, llegó para facilitar la labor a los colegiados y suprimir de una vez sus errores graves, está resultando ser, en muchos casos, un fiasco como consecuencia de un uso negligente que, a estas alturas, ya no tiene pase. No es de recibo, no señor, que nadie sepa con certeza cuándo una mano es penalti y cuándo no. Desde luego, no lo fue la de Jair que, en el tercer minuto de juego, López Toca, de nombre José Antonio, decidió castigar con la máxima pena.

Pero tanta responsabilidad tiene el trencilla como su supuesto ayudante desde esa sala que denominan VOR, donde se instala eso que denominan VAR para que el fútbol quede libre de polémicas y debates y donde el error diáfano se persigue sin remisión. Sagués Oscoz le preguntó al otro qué había visto y, tras recibir y asimilar la respuesta, decidió que la explicación podía valer. Ni siquiera invitó a su colega a visionar la jugada. ¿Para qué? Mano, pues penalti. Que Jair llevara el brazo tatuado al resto del cuerpo y que encogiera todo su organismo a la vez para evitar cualquier contacto era poco relevante. Ante la incredulidad de los zaragocistas, incapaces de obligar al cántabro a acudir a la tele, y del resto del fútbol mundial, la pareja mantuvo su inconcebible decisión. Stuani ejecutó y el Zaragoza empezó a morir.

Claro que el recital se prolongó durante un buen rato más. Los primeros veinte minutos de López Toca fueron, sencillamente, escandalosos. Ni una dio el árbitro, siempre inseguro, siempre sobrepasado. Un manotazo de Aday a Sanabria sin castigo, un posible penalti a Adrián ignorado, el saque de esquina más claro de la historia convertido en lanzamiento de puerta, ventajas mal aplicadas, faltas al revés o un descuento ínfimo sacaban de quicio a un Zaragoza maltratado en el que el Toro, que pasaba por ahí, se llevó su tarjeta. Todo bien, José Antonio.

El recital era antológico, pero no nuevo. De hecho, hace apenas tres semanas, la misma pareja protagonizó un escándalo de similares dimensiones en Almería, donde Sagués, desde el VAR, convenció a López Toca de que una clara falta en ataque de Bustinza (Leganés) sobre Maras era, más bien, penalti en la última de una decena de decisiones, como poco, polémicas. Era el minuto 99 y la pena, convertida por Juan Muñoz, privaba a los andaluces de la victoria. Su entrenador estallaría después en la sala de prensa. En el Zaragoza, poco ruido.

En Girona, el dúo la volvió a liar. Eso sí, la segunda parte fue plácida y tranquila. Puede que, incluso, ambos presuman de haberlo bordado o que reciban felicitaciones y parabienes de su comité. El caso es que el Zaragoza, callado y sumiso, fue víctima de un maltrato que, por cierto, no es el primero. No. Ni fue una sola decisión polémica ni se busca coartada a la goleada. Es una cuestión de dignidad.