La Romareda se merecía un encuentro como el de este viernes después de una temporada sin triunfos o con victorias de baja alcurnia, de un campaña que se ha vivido con el miedo del descenso muy metido en el cuerpo. Cualquiera que llamaba a la puerta del Municipal recolectaba puntos sin que le hiciera falta plantar una sola semilla. Era cuestión de esperar a que brotara un error frente a un equipo sin gol. Contra el Sporting, que se adelantó en dos ocasiones gracias al finlandés Robin Lod, se mantuvo intacto el estigma de las concesiones defensivas, pero el Real Zaragoza hizo valer un constante energía ofensiva para reponerse a todos los golpes, para eludir la amenaza a la espera de una confirmación matemática que no tardará en producirse. Su personalidad en un encuentro a tumba abierta desentonó por completo y para goce de la afición con su versión acostumbrada de conjunto de clase media-baja. Al estadio se le puso la carne de gallina con la entrega de los jugadores, con su convicción y con una descomunal y eficaz producción atacante. La hinchada se merecía esto y mucho más y el equipo se lo entregó tarde pero a tiempo para una reconciliación que debe celebrarse durante varios amaneceres sin olvidar que asistió a una fiesta maravillosa después de muchos funerales. Conviene tener fresca la memoria sobre todo en la catarsis. El futuro sigue pidiendo cambios estructurales muy importantes y una plantilla con más cuajo. Salvo que el objetivo sea vivir al límite del fracaso y brindar por un gran partido.

La permanencia, que desde hace tiempo se había convertido en el objetivo preeminente una vez descartada la desfachatez de postularse sin argumentos al ascenso como es costumbre cada verano, ha tenido sus actores en apariencia de reparto, sin duda protagonistas principales. La explosiva reacción del curso anterior tuvo su origen en una bloque vertebrado por Cristian Álvarez, Borja Iglesias y los canteranos. Zapater, Lasure, Delmás, Pombo y Guti tuvieron que asumir un rol que, sobre todo a los más jóvenes, no les correspondía y que interpretaron a la perfección, con inteligencia, compromiso y fútbol en sus pies. El portero y El Panda les marcaron el camino y el capitán y los chicos lo recorrieron con ese compromiso que solo se halla en el sentimiento de pertenencia y en la ilusión del futbolista que goza de una oportunidad envidiable para hacerse valer.

Ha vuelto a ocurrir, aunque en esta ocasión en un viaje muy diferente, nada que ver con aquel playoff desde la tercera plaza al final del campeonato. La recuperación de Guti con el tren en marcha y bordeando el descarrilamiento; la respuesta fiel, puntual y vertical de Delmás; el carácter poderoso de Nieto y la frescura de Pep Biel han sido claves para dejar de sufrir, por fin, este viernes. El día que se homenajeaba al juvenil de División de Honor por la conquista de la Copa de Campeones, el logro histórico de un equipo en mayúsculas, como dice su entrenador Iván Martínez, la cantera subrayó su trascendencia desde el compromiso y la calidad. Delmás y Nieto le dieron dos goles a Álvaro Vázquez y Pep Biel le regaló el cuarto tanto a Marc Gual. Con descaro, sutileza en el toque y visión... Guiados por un Guti abrasador por su forma de abarcar campo y balón. Faltaron Pombo, que esta vez luchó sin premio, y Zapater, que contempló la remontada desde ya su otoñal y sentida participación. El Real Zaragoza ha sobrevivido gracias a esa transfusión vital, a la sangre que procede del propio manantial. Es un punto de partida para un porvenir, pero a ese corazón hay que ponerle cuerpo de una vez. Si las sombras que habitan el club se toman esto en serio. Porque a lo mejor con los cánticos y la algarabía de esta goleada se dan por satisfechos. O peor aún y ponen a los chicos en el mercado a precio de bisutería para alimentar otro año esta farsa.