Esa tierra de nadie en la que se ha quedado Paredes, por el momento solo tras la desvinculación de José Mari y con Movilla suspendido de empleo y sueldo hasta marzo, daría para una perfecta comedia de enredo, de esas en las que uno acaba irritándose de tanto equívoco y pregutándose cómo es posible que los protagonistas de la historia puedan hacer tantas memeces y, a la de diez, ni corregirse ni ser conscientes de sus constantes confusiones. Solo que aquello no deja de ser ficción y esto que sucede en el Zaragoza es la realidad misma.

Paco Herrera ya amagó con volver a sentar a Paredes al menos en el banquillo en Lugo. Al final simplemente se lo llevó de placentero viaje de ida y vuelta en autobús hasta Galicia. Con nuevos caídos en combate en el centro de la defensa (Álvaro está sancionado para Tenerife), el entrenador se plantea hasta la titularidad para el capitán. Herrera sabe que el club no quiere que el Jabalí vuelva a jugar, pero él quiere echar mano de lo que sea ahora que vuelven a venir mal dadas y el juego del equipo ha decaído profundamente y roza el espanto. Mientras tanto, nadie habla claro. Los unos intentan que la responsabilidad última de la decisión sea del otro y el uno trata de que recaiga sobre las espaldas de los otros. ¡Todo esto por Paredes! ¡Por Paredes!

Entre rejonazo y rejonazo, el trasfondo real del estrambótico embrollo es sencillo. Desde el verano, Herrera no tiene confianza ni en Laguardia ni en Paredes. Por eso se hartó de pedir un central de verdad. Y por eso ahora, visto el rendimiento del canterano en las últimas jornadas, blanco sobre negro, sería capaz hasta de encomendarse a Paredes para ver si, por casualidad o por simple superstición, cambia la suerte si cambian las cartas, como si fuera el azar quien rige la vida. Y, mientras, el enredo engordando y liándose por un jugador intrascendente. Ver para creer.