La baja de James Igbekeme, que se suponía muy importante, adquirió tras la derrota una dimensión estratosférica. Sin el nigeriano, el Real Zaragoza y su entrenador, incapaz de buscar una solución sólida a ese contratiempo y los que se sucedieron después en un partido esperpéntico, comparecieron huérfanos por La Romareda. Los futbolistas, todos en general, se abandonaron a una pesada melancolía con el balón hasta perderlo en situaciones inadmisibles, y el entrenador, con su apuesta por Buff como heredero de las labores del centrocampista africano, volvió a fracasar. Tenía otros opciones, pero eligió al suizo, que se marcó un partido de los suyos, de esos que se disputan a la sombra de cualquier responsabilidad. Con el 0-1 introdujo a Papunashvili, un danzarín que enamora en sus primeros pasos y que se hace insoportable según avanza hacia el narcisismo de la vedette de segunda fila. Luego remató la faena, ya con el 0-2, metiendo a Aguirre y a Soro en un pantano atestado de caimanes. El equipo gallego, asentado en tres cuartos, se benefició con elegancia y muchas tablas de esa catástrofe. Sobre todo el exzaragocista Dongou, quien se dio un atracón ante una zaga pusilánime.

Se puede hacer un relato extenso de todos los fallos acumulados y señalar uno por uno a los protagonistas. Daría para un par de volúmenes firmados por Cristian Álvarez, quien, tras recibir un doloroso gol de Pita desde el centro del campo, evitó una humillación de órdago con intervenciones espectaculares. Fue el único superviviente de un hundimiento en la orilla del partido, tampoco hubo que adentrarse mucho más adentro. Lo interesante, sin embargo, son los porqués y, por supuesto, si un equipo al alza que es capaz de vencer 0-4 en Oviedo puede derrumbarse de esta forma en dos encuentros consecutivos: en Almería por falta de ambición y pegada; contra los gallegos, por cometer todos los pecados capitales en este deporte. También interesa saber si hay solución para recuperar el paso.

La ausencia de Igbekeme ocupa el top ten de causas, pero siendo clave, quizás detenerse solo en ella resulte demasiado simple. El Real Zaragoza ha tenido muy buenas primeras partes y en las segundas --salvo la del Carlos Tartiere-- ha bajado con estrétipo en su cotización, producto de un derrumbe físico principalmente de sus tres puntas. La sociedad Pombo-Álvaro-Gual fue muy aplaudida por atrevida, enganchando muy rápido con un público ávido de emociones. No obstante, ese bonito collar que luce el equipo en ataque le estrangula en el momento que los rivales montan un escudo de dos líneas para aislarlo. Entre Pombo y Álvaro hay cierta empatía, pero Gual va por su cuenta, descontento consigo mismo por la falta de gol y de decisiones acertadas en el área y sus aledaños. El tridente no es tan productivo y condiciona en exceso al resto. Eso sí, si entran en erupción un día pueden ser la bomba. Pero en el calendario de Segunda se premia la regularidad, no las fiestas de fin de curso en septiembre u octubre.

Ros y Zapater, abandonados a su suerte por Buff, sufrieron un calvario. Otra vez la sombra de Igbekeme. Con un 1-4-3-3, el equipo maquilla su déficit centrocampista por la amplitud del nigeriano. Si no está, jugar con el trío es un suicidio. El Lugo además tiró muy bien de la soga por si acaso. Idiakez tendrá que darle alguna vuelta a su aventura con los tres mosqueteros e incluir de una vez en sus planes iniciales a Alberto Soro. Regalarle los minutos de la basura es un desatino mayor que diseñar una pésima estrategia. Así que volvamos a construir la casa por donde indica la arquitectura del fútbol en estos tiempos y no por el tejado. Porque materia prima hay.