El Real Zaragoza congregó el sábado a 26.143 espectadores en La Romareda contra el Albacete, equipo que en su estadio suele citar a poco más de 8.000 personas de media, dispone del mismo presupuesto que el club aragonés y es líder de Segunda. Las comparaciones son odiosas, sobre todo esta. 58 temporadas en Primera frente a 7 del conjunto manchego. Al final del partido, el clamor general fue que se había tuteado al rival y que se le pudo ganar, ambas apreciaciones tan ciertas como descorazonadoras en el fondo de la historia zaragocista, a la que se acude cuando interesa. Este balance que presenta aristas de reflexión populista con una base, sin embargo, irrefutable, tumba por completo cualquier derroche de elogios o repuntes de ficticio optimismo después de seis cursos y el que se avecina al margen de la élite. Han mejorado el juego y los resultados en las últimas jornadas, y se habla de reencuentro con la identidad y el fútbol por el que siempre se ha distinguido la institución. Para salvar la categoría, para lograr una posición digna en el ecuador de la clasificación.

El desenfoque, intencionado o no, sonroja entre fracaso y fracaso deportivo, enmascarados tras la justificación de una economía de guerra que se contradice con las aspiraciones de grandeza expuestas al comienzo de cada campaña. Ahora, con Víctor Fernández en el banquillo, quien ha despertado la ambición de los chicos con una sobresaliente naturalidad, se impone otra bajada de telón sin traumas, con 26.143 en el campo y más de 27.000 socios en cuenta. Sólo hay ocho clubes en España con mayor asistencia media a sus estadios (Barcelona, Madrid, Atlético, Betis, Valencia, Athletic, Sevilla y Real Sociedad); solo hay siete (se cae la Real) con más masa social. Mientras tanto, tuteando al Albacete por los apeaderos de un viaje infernal y de progresivo deterioro competitivo. El único ensalzamiento pertenece en exclusiva a la hinchada, rejuvenecida e imbatible. Pagadora puntual. Creyente de unos colores y soñadora de un pasado que en nada se corresponde con el presente.

Ese espectacular respaldo de gente no resulta influyente al hacer caja, pero los gestores de la entidad no han sabido, podido o querido aprovechar la fuerza de ese torrente de emociones e ilusiones, concentrándose en la explotación de La Romareda como gran fuente de ingresos. Con semejante ejército y sus posibilidades de mercado, concebido para Primera División, chirría que patronos tan influyentes no hayan logrado inversores que puedan impulsar el proyecto deportivo, capitales que liberen deuda, desatasquen límites salariales y permitan la jerarquía necesaria para afrontar el futuro con aspiraciones sólidas y reales de un ascenso directo y no de rebotes o milagros. Según se administra el club, nada indica que el viento vaya a cambiar de dirección. Un empate sin goles en La Romareda con el Albacete celebrado ya no por el seguidor, que está en su derecho de festejar lo que le apetezca, sino por una política opinante que, seducida por un salto cualitativo puntual, facilita el inmovilismo, el conformismo y el espejismo.