Años después de aquel 26 de junio de 1993 en el Luis Casanova, a propósito de un homenaje a Telmo Zarra en San Mamés, Andoni Cedrún se reencontró con Urío Velázquez, el colegiado que le arrebató al Real Zaragoza con sus decisiones aquella Copa del Rey en una final cargada de polémica y perdida con toda injusticia por 2-0 contra el Real Madrid. «Estaba en el vestuario del Athletic y me vio (Urío). Entonces puse los brazos en alto y le dije: ‘Todavía me acuerdo de aquella Copa en Valencia’», recordaba hace un tiempo en este diario el legendario portero.

Aquel arbitraje de Urío ha quedado guardado en la memoria como uno de los episodios más indignantes y malintencionados para con el Real Zaragoza de toda su historia contemporánea. Nada tenía que ver el contexto, ni el alcance del partido, ni su visibilidad, ni los protagonistas. Sin embargo, desde este 22 de enero del 2021, Ávalos Barrera, del colegio catalán, tiene un importante rinconcito en la galería de los horrores arbitrales del equipo blanquillo. Pitó un penalti imposible de Vigaray con el agravante que vio las mismas imágenes en la pantallita que usted y que yo, y que no dejan lugar a ninguna duda. Poco después perdonó una expulsión de libro por doble amarilla a Azamoum.

En el minuto 80, entre el VAR y el VOR mandaron al vestuario al local Arroyo para rebajar la ira sobre su figura. Su actuación condicionó el partido y el resultado, y demostró una vez más la evidencia. El problema no es el VAR, son algunos árbitros. Al Zaragoza, que merodeó el gol en varias ocasiones, en la primera mitad y muy especialmente en la segunda con un cuádruple remate a los palos de Azón, Adrián, Narváez y el debutante Alegría, le hizo una buena faena. No es que lo de Albacete fuese una final. Es que este Zaragoza solo juega finales desde hace jornadas.