Decía Víctor Fernández antes del partido contra el Oviedo que el fútbol iba a ser justo con el Zaragoza. Ayer, el discurso del técnico fue otro bien distinto. Quizá harto ya de estar harto, el técnico acusó al propio fútbol de estar siendo «injusto» con su equipo al maltratarlo continuamente con infinidad de lesiones y mil contratiempos destinados a hacerle la vida imposible. No le falta razón al entrenador, que se retuerce ante su suerte tratando de transmitir el poco optimismo que parece quedarle dentro.

Las cosas se han puesto harto complicadas para un Zaragoza mutilado que afronta la penúltima jornada del campeonato regular con la obligación de seguir remando contra viento y marea y, sobre todo, intentar borrar la paupérrima imagen de equipo muerto que mostró el pasado domingo ante un Oviedo que, como el Albacete, lucha por sobrevivir. El Zaragoza, por su parte, se encuentra inmerso en una continua batalla contra sí mismo. Porque su gran problema de autoestima y la inseguridad adquirida hacen que su gran enemigo se refleje en el espejo. Lleva cinco partidos seguidos sin ganar, sus duelos en casa se cuentan por derrotas y el ascenso parece haberse escapado entre los dedos cuando más sujeto parecía. La maldita pandemia lo ha cambiado todo. A peor, claro.

Bajo la impresión de que la situación le ha superado también a él, Víctor ha obtenido el respaldo del club, que fía su suerte final a la del técnico, cuya gestión tras el parón de una plantilla corta y su incapacidad para levantar a una escuadra tiesa en todos los sentidos afean una campaña que parecía destinada a la gloria.

Pero hay tiempo y a eso se aferra en cuerpo y alma un zaragocismo al que se le vuelven a aparecer los fantasmas de la desilusión y la resignación. Justo cuando mejor pintaba todo. Justo cuando más cerca estaba el sueño. La cadavérica imagen del conjunto aragonés de hace cinco días desvela a una parroquia cansada de cerrar los ojos esperando que todo esto sea una pesadilla. No lo es. La crisis del Zaragoza, como el maldito virus, es real como la vida misma, que sigue. Como el fútbol. Lo hace en un lugar de la Mancha, Albacete, donde los sudores fríos son aun más estremecedores que a orillas del Ebro. Mucho más. Porque el equipo dirigido por el extécnico zaragocista Lucas Alcaraz se encuentra al borde del abismo. Aún toca suelo, pero una derrota ante el Zaragoza, al que un punto le garantiza el playoff y solo el triunfo le asegura llevar hasta la última jornada sus opciones de ascenso directo, le lanzaría al vacío.

Espera Benito, que vuelve al equipo tras varias semanas lesionado, y Zozulia, también renqueante. Está por ver si juega Nadal, que amargó la existencia a los aragoneses en el partido de la primera vuelta parándolo todo, incluso un penalti a Eguaras al final. O Silvestre, que marcó justo después. Enfrente, Víctor tirará de lo que pueda. No queda otro remedio ante un repaso a la enfermería con aspecto de parte de guerra. No estará Guti, que se une a la lista de bajas compuesta por El Yamiq, Guitián, Ros y James. Piezas clave como Cristian, Suárez y Puado están muy tocados y otros que parecen sanos se encuentran a años luz de su mejor versión. Al menos Víctor rescata a Soro, ausente por sanción frente al Oviedo.

La baja de Guti podría llevar al entrenador a replantearse la opción de disponer una defensa de tres centrales que lleva tiempo madurando y por la que Vigaray pasaría al centro de la retaguardia junto a Atienza y Clemente, dejando el lateral para Delmás con Nieto fijo en el otro. Pero todo apunta a que el dibujo no cambiará y el Zaragoza seguirá con cuatro atrás. Las dudas se refieren a los acompañantes de Eguaras en la medular. Donde no debería haber debate sería arriba, zona acotada a Suárez y Puado, pero los problemas físicos de ambos dejan su concurso en el aire. Ver para creer.