El Real Zaragoza ha entrado de lleno en el túnel de las dudas. Unas conscientes y otras inconscientes. Por mucho que el entrenador y los jugadores manifiesten a diario su fe en el trabajo como firme y directo conducto hacia las alturas de la clasificación y se flagelen con la autocrítica puntual, su fútbol y sus resultados se han ido arrugando, y la fiabilidad competitiva que busca Natxo González no llega. En este punto, la mejora de la estrategia colectiva y de los mecanismos individuales para conseguir la reducción de los errores y el aumento de la efectividad en la toma de decisiones, está condicionada al factor psicológico, que ha ganado protagonismo para convertirse ahora mismo en un tratamiento imprescindible, urgente.

Una vez construida una plantila de la nada, de inmediato el discurso dominante fue el de conceder al proyecto toda la paciencia necesaria, sin atender al reloj ni a los marcadores. La columna vertebral se sostenía sobre fichajes de autor, jugadores sin nombre a la espera del bautismo y en ocasiones sin contacto con el profesionalismo que necesitaban un periodo de aclimatación a un escenario escarpado. Sin embargo, la derrota en Huesca ha acelerado la ansiedad del entorno y, lo que es peor, ha incrementado la fabulación de un equipo que en lugar de solicitar el crédito concedido al principio de la temporada, se empeña en presentarse como un serio aspirante a la zona noble.

La realidad choca frontalmente con esa postura de ingenua arrogancia que el cuerpo técnico y la directiva deberían gestionar cuanto antes. Con las posiciones de descenso tan cerca, el mensaje tendría que contener un componente de responsabilidad para superar la delicada situación deportiva de la que se reniega, una labor que busque la estabilidad emocional para actuar sobre lo inmediato. El Real Zaragoza dispone, como se ha comprobado en varios encuentros, de material humano suficiente para esquivar el peligro y completar un curso por encima del aprobado. Ha disfrutado y ha divertido a su afición sin cuajar actuaciones completas al cien por cien, condicionado por ese proceso de aprendizaje y acoplamiento aún incompletos. Y un buen número de futbolistas, canteranos incluidos, han acelerado el pulso de la ilusión de la gente.

Nada es fortuito ni casual en este tobogán de sensaciones y rendimiento. El conjunto aragonés está expuesto para bien y para mal a su espíritu novicio, de improvisados fallos y aciertos (también de su técnico), lo que ha establecido su estatus en la categoría. El trabajo de campo sigue siendo fundamental, pero habría que operar con idéntico o superior énfasis y dedicación sobre la mente del grupo para que no se distraiga con el futuro y centre todos sus sentidos en lo que le pide el presente. El verbo de rabiosa actualidad es sumar, no escalar. Con esa exigencia, el Real Zaragoza pude recuperarse y avanzar. Si se arraiga al espejismo de que su destino es otro de mayor alcurnia, pasará por serios problemas. Aceptarse a sí mismo es el auténtico éxito.