Quizás haya llegado el día de dejar de chuparse el dedo, de edulcorarlo todo con sello oficial, de reconocer que el Real Zaragoza no es aspirante al ascenso directo ni por asomo y que para llegar a los playoffs tendrá que presentar argumentos mucho más sólidos y convincentes. Es cierto que tiene algunos futbolistas buenos, otros bonitos para el escaparate y un buen puñado de clase baja. Un equipo con mayúsculas no es, en absoluto. Si acaso un alumno con borrosa caligrafía futbolística. Contra Osasuna, un conjunto que había perdido sus tres partidos a domicilio sin marcar un solo gol, repitió versión a lo pobre como antes lo había hecho frente a Almería, Lugo y Albacete pese a su reacción en la segunda parte. En ocho jornadas ha vencido a Rayo Majadahonda y Oviedo. Cuenta con diez puntos de 24. Su portería solo la protege Cristian Superstar y en ataque, el tridente pincha más bien poco. Si aún le salen defensores al optimismo, que sean mejores que los centrales titulares que alinea Imanol Idiakez, cuya animadversión técnica o personal hacia Álex Muñoz va camino de convertirse en una de las grandes injusticias históricas de este deporte.

A través de la lente económica, el Real Zaragoza está donde le corresponde. Las perspectivas se disparan siempre desde los despachos, donde las dioptrías aumentan por falta de conocimiento o forofismo. Los responsables del área técnica no comparten esa política eufórica, pero se dejan llevar por la corriente. Luego está gran parte de la afición, la más joven, que merece un capítulo aparte por su implicación, compromiso y sentimiento de pertenencia al margen de los resultados. Quieren al club, se rascan el bolsillo para alimentarlo y se citan en el estadio como un ejército ilusionado por ser del Real Zaragoza. Entre esas dos atmósferas, la interesada y la altruista (o tres si se suma la autocensura crítica del entorno), vaga una plantilla desigual, muy desequilibrada en defensa y con un centro del campo con poco oxígeno y la luz justa si no está Igbekeme. Eguaras volvió a demostrar que su recuperación no se ha completado y que su puesta a punto puede ir para largo... Todo se ha sobredimensionado y todos somos culpables en mayor o menor medida.

Acude de inmediato la pregunta. ¿Puede el Real Zaragoza dar más de sí? Por supuesto, la Segunda División, en su ilimitada mediocridad, permite cambios drásticos a poco que alguien se esmere. Ya ocurrió la temporada pasada con mucho menos margen de reacción y con Borja Iglesias, detalle imposible de pasar por alto. La cuestión es retomar el discurso y, sobre todo, imprimir una identidad reconocible y seria. Nadie juega con tres puntas desde los 80; Verdasca y Perone, uno lento de talento y el otro de piernas, no pueden ser el eje defensivo y hay que recuperar a Benito y Lasure, que parecen amordazados para sumarse arriba. Dejar todo en manos de Cristian se ha convertido en una mala costumbre. Si no llega a ser por el penalti que detuvo y por un par de intervenciones (además del balón que sacó Lasure), Osasuna se habría llevado el triunfo y nadie tendría derecho a rechistar. En realidad, el portero argentino es el único que está dando la talla, lo que refleja con nitidez el grosor de los problemas.

Álvaro Vázquez descargó con excesiva potencia un balón desde el mediocampo hacia la defensa al que no pudo llegar Eguaras y sí Roberto Torres en el preludio del empate de los navarros. Un error de ese tamaño no lo comete un equipo como Dios manda, o como pide el ascenso. Ese fallo no es casual ni puntual. Representa a un Real Zaragoza que toma muy malas decisiones y que incide en ellas para atacar (Pombo) y defender (todos). Le falta trabajo y le sobra algún intocable, cuestiones que afectan directamente a Idiakez. Así de triste pero así de cierto. Si queremos seguir mirando para otro lado, diez años en Segunda no son nada y a aplaudir que son dos días.