APablo Aimar era un placer verle jugar. Magia, talento, finura y esa imaginación con la que se nace o no se nace. Ahora es muy didáctico y enriquecedor escucharle y leer sus reflexiones cuando habla de fútbol. No se pierde en la superficie, llega profundo. Recuperemos una afirmación suya de mediados del año pasado sobre la relación del futbolista con su entorno. «Cuando vos hablás en público perdés el derecho a la contradicción. Y vos te contradecís. Todo el tiempo. Entonces te van a decir ‘y bueno, pero ayer tal cosa’. Y sí, me contradigo. Todos lo hacemos».

Después de remontar al Sporting y certificar la salvación de manera virtual, La Romareda pidió a Víctor Fernández de manera coral que se quedara. Una reacción muy natural con un entrenador que se ganó su condición de ídolo en los 90 con un fútbol total y títulos gloriosos y que, ahora, ha hecho un gran trabajo y conseguido el objetivo.

Víctor ha repetido desde el primer día que al final de la temporada se iría. «El 30 de junio me voy seguro», dijo a este diario en una entrevista el 30 de diciembre. Ahora la gente, huérfana de símbolos tras seis años en Segunda, quiere que no se vaya y que pilote el próximo proyecto. El técnico ha de hacer pública su decisión, que puede ser la misma que él anunció u otra. Puede que se acabe contradiciendo, con todo su derecho. O puede que ni siquiera llegue a ser una contradicción. Que con Víctor siempre hay que preguntarse por qué dice y hace en cada momento.