En un torneo largo, prolongado en el tiempo durante nueve meses, la clasificación nunca miente en la última jornada. Cada cual está donde tiene que estar. A falta de trece partidos para que llegue ese momento culminante, el Real Zaragoza juega este sábado en Santander mirando el mundo desde una poltrona privilegiada, la del ascenso directo, a la que se ha subido por los méritos contraídos en los 29 encuentros precedentes. Hasta este punto de absoluta justicia ha llegado el equipo aragonés como siempre se llega en estos casos, sumando más puntos que todos sus rivales, menos el Cádiz. Gracias a un plan, buen fútbol, nivel individual y colectivo y un alto grado de compromiso.

Antes de viajar a Santander, Víctor Fernández, el artífice de la extraordinaria situación del Real Zaragoza, recurrió a la simbología para acentuar la importancia de cada fecha y de unir a las fuerzas futbolísticas, las sociales y emocionales. Habló del sueño, de la historia, del escudo, del león, de la grandeza, de La Romareda, de las grandes noches, de la energía, del plus que supone vestir la blanquilla, de cómo convertir la presión en un arma a favor, que pocos maestros como él para que este grupo de jugadores lo escuche de la voz de la verdadera experiencia.

La suma de las partes, de variables tangibles e intangibles, hará un todo más poderoso en la recta final de la Liga. Eso es lo que persigue Víctor Fernández, reunir la fuerza intrínseca del equipo y la emocional de una masa social muy activa, que también se hará oír en Santander, en la dirección por la que transitan los sueños. Sin olvidar lo principal. Al Real Zaragoza le han traído hasta aquí sus argumentos futbolísticos, su juego, su seriedad colectiva, el hambre, la juventud, su resistencia defensiva y su vitalidad en ataque. Eso es lo que, principalmente, ha de conservar y potenciar. Sin eso no hay aliento que valga.