El fútbol que ha distinguido la carrera de Víctor Fernández, y con el que ha hecho marca de sí mismo, tiene unas señas de identidad perfectamente definidas. Buen trato del balón, juego asociativo, mucho toque para mover, desesperar y desarmar defensas, paciencia, atacar como norma y un elevado grado de belleza estética. Al inicio de este verano, el entrenador del Real Zaragoza reclamó un cambio muy profundo en la estructura física de la plantilla: había detectado una excesiva inconsistencia, debilidad al fin y al cabo.

Producto de ello han llegado a la plantilla una serie de futbolistas cortados por un patrón similar. En defensa, Atienza o Vigaray, grandes, enérgicos y poderosos. Y, arriba, la otra zona del campo donde la piqueta entró con más fuerza, la dirección de las contrataciones ha sido similar: Dwamena y Luis Suárez son dos hombres potentes, para correr al espacio, especialmente peligrosos cuando tienen tierra para lanzar sus cuerpos y ganar ventaja por el físico.

En la primera parte, el Tenerife le robó el balón al Zaragoza, que perdió el protagonismo porque se extravió en el medio y cedió el control del juego. La presencia de Kagawa, cuando su tono mejore, añadirá inteligencia entre líneas, clarividiencia y fútbol en estático, pero los delanteros de este Zaragoza hacen daño con espacio para correr y mostrar su fiereza. Así llegó el 1-0 de Suárez, un gol de toro, de fibra y disparo seco, y así generó el equipo su mayor peligro.