Aél hay que atribuirle por completo el feliz resurgimiento del equipo cuando se precipitaba al vacío sin solución de la mano de Lucas Alcaraz. Con su fuerza moral, con el convencimiento de su discurso, con su propuesta y con la ascendencia de su figura, Víctor Fernández revivió al Real Zaragoza. Ese bloque de partidos será seguramente el que acabará salvando otra mala temporada, a la espera de ver cuáles son sus consecuencias a medio plazo cuando se ejecuten las decisiones. Ese chispazo revitalizante de aquellos primeros partidos terminó por desaparecer contra el Almería y culminó tres jornadas realmente pobres: un punto de nueve. Los números en La Romareda vuelven a ser terroríficos.

Víctor Fernández tampoco ha estado en su mejor tono en los dos últimos partidos, pero sobre todo se está topando con la realidad de la plantilla. Esta última derrota puso en evidencia sus debilidades y al descubierto sus costuras: estamos ante un problema de calidad ofensiva y defensiva de carácter individual que se materializó continuamente en elecciones erróneas y en falta de precisión en los metros finales en ataque y en descuidos infantiles, que han sido norma este año, en la parte de atrás. Hay jugadores que no dan para más. Después de esto ya solo parece quedar una misión: asegurar la salvación.