La derrota en Vallecas abrió un nuevo horizonte en la temporada del Real Zaragoza. Se puso fin a un sueño, el ascenso directo que en las últimas semanas pareció casi una realidad, cuando el Rayo puso al equipo aragonés en su sitio. Hoy no hay dudas sobre el objetivo, la promoción de ascenso, de la que unos como Zapater solo quieren hablar partido a partido, que otros como el entrenador calculan en privado. ¿Cuántos puntos faltan? Con nueve no basta, dice Natxo González. Con 12, o sea cuatro victorias en siete partidos, parece que sí. O seguro. Son exactamente los partidos que quedan en La Romareda, que puede ser la llave que descerroje la sombría estancia en la que el zaragocismo lleva preso un quinquenio. De momento, hoy recibe al Almería (16.00 horas, Gol), un conjunto asequible en los apriorismos imposibles de esta categoría.

En clave local, debería costar lo justo tumbar al cuadro de Lucas Alcaraz, que marcha decimoquinto en la clasificación, a solo dos puntos del descenso. No ha logrado victoria alguna, además, en las últimas siete jornadas. Si el Zaragoza se parece a sí mismo en las representaciones anteriores a Vallecas, no hay duda de que estará bien cerca de la victoria. Si se traiciona como en Madrid o se confunde como la tarde del Sevilla Atlético, el asunto quedará para cualquier cosa, como bien se sabe de la primera vuelta.

La cuestión está en saber si el Zaragoza es capaz de levantarse con entereza del porrazo de Vallecas, donde defraudó durante casi una hora. Estuvo lejísimos de la victoria, algo que no le sucedía desde hace meses. Sorprendió, sobre todo, porque su rol de equipo pequeño lo adoptó solo una semana después de haber destripado al Huesca asumiendo riesgos en boca de su entrenador.

No sucederá lo mismo hoy, aunque ya se ha advertido de que el Almería vendrá a hacer el partido largo. Si consigue que la gente de casa empiece a pitar pronto como la tarde del filial sevillista, la mitad de la faena, suponen, estará hecha. Por ahí quiere equilibrar el encuentro Lucas Alcaraz, que lo ve así: «Afrontamos el partido con un grado de preocupación que tiene que ver más con la responsabilidad que con el temor». Es decir, le inquieta más la respuesta que deben dar sus futbolistas en esta circunstancia de presión que el escenario. «A estas alturas no hay equipos a los que no se les pueda sorprender en su campo».

TRES CAMBIOS / En lo que se refiere al fútbol de césped, se esperan tres novedades. La primera, Papu, que viene pidiendo un sitio desde hace semanas con apariciones interesantes y goles. Se quedará la plaza de Pombo, anochecido desde aquel estupendo doblete en Soria. Le toca banquillo. Quizá lo necesita, él y su equipo, que lo espera en su mejor versión a la entrada de la anhelada promoción. Tambien volverá Verdasca para llenar el espacio del lesionado Grippo; y Febas recuperará el vértice alto del rombo y desplazará a Guti a un interior. De ahí caerá seguramente Ros.

La Romareda no será esta vez la retumbante bombonera de la tarde del derbi. Hay quedada repetida para recibir al equipo hacia las dos y cuarto, pero no habrá nada parecido al lleno último. Y preocupa, además, que unos cuantos abonados prefieran el puente que el fútbol. Sea como sea, no se espera juicio de rigor de entrada. Más bien al contrario, se confía en el ímpetu tenaz de una grada que, dicen, ha entendido que su equipo es de Segunda y puede desenvolverse en correspondencia a su categoría. Habrá ruido arriba, sobre todo si hay armonía abajo. Que suene la orquesta, que haya música en La Romareda. No será polka ni rumba, ni el Begin the Beguine de Cole Porter. Será el ‘Volveremos…’. Pero de eso se trata, de volver. De volver a empezar.