--Llegó en el año 90 para hacer el servicio militar y 24 años después sigue aquí. Ha sido el jugador que más veces ha vestido la camiseta del Real Zaragoza, además de acumular premios y distinciones como la que le dio el Ayuntamiento por su trayectoria deportiva. ¿Se puede imaginar algo así?

--Por supuesto que no. Yo jugaba en el Sabadell y, cuando firmé la cesión, en lo único que pensaba era en poder jugar un partido con el Zaragoza. Había centrales como Fraile, Juliá, Pablo Alfaro e Isidro Villanova, así que parecía imposible jugar. En el primer partido se lesionaron Fraile y Juliá y eso me abrió las puertas. Pero ya digo que solo pensaba en intentar debutar en Primera División y volver a casa.

--Acertó de pleno...

--Sí (carcajada). Pero de verdad que yo miraba la plantilla y veía imposible jugar. La gente me decía que estuviera tranquilo, que entrenara fuerte y ganara experiencia para volver al Sabadell. El Zaragoza tenía que decidir si me quedaba en diciembre, pero firmaron ya en octubre.

--¿Fue todo de golpe?

--En mi perfil de Twitter tengo puesto 'Vive el día como si fuera el último'. Siempre he pensado igual. Tuve la suerte de entrar el 9 de septiembre y me quedé.

--¿Vivió en la residencia que tenía el club en la calle Bretón?

--Sí. Fue una época maravillosa, con Aquilino, Gloria, la familia... Estar en aquella casa me ayudó mucho. Allí coincidí con gente de mi edad como Pedro Fuertes, Raúl Agné o Roberto Martínez, que ahora es entrenador del Everton. Tenía entonces unos problemas en el hígado que apenas se han conocido, hice una depuración porque lo tenía obturado y estar allí, con esos cuidados, me vino fenomenal.

--¿Mantiene relación con Roberto Martínez?

--Sí. Él ha ido creciendo muchísimo hasta ser uno de los referentes en Inglaterra. Cuando se fue en el 95 a jugar al Wigan de Cuarta División, nadie pensaba que hoy en día sería quien es. En Inglaterra, siendo de fuera, es difícil que te den ese reconocimiento, pero él se integró muy bien en la sociedad inglesa, se casó con una escocesa y siempre ha sido muy sensible con las cosas de allí.

--Tiene otro amigo de entrenador en la Premier...

--Sí, claro. Gustavo Poyet. Estuve en el Sunderland-Everton hace poco, se lo había prometido. Luego me permitieron estar en la coach room, donde se juntan todos los entrenadores a contrastar cómo han visto el partido, cómo han movido piezas y sistemas... Esos 20 o 30 minutos es de lo mejor que he sentido en el mundo del fútbol. Había ocho o diez personas hablando del planteamiento, de cómo se habían ido contrarrestando, de los cambios, de cómo cambiaron la dinámica... Ver cómo se abren en ese tercer tiempo es una vivencia espectacular. A Mourinho dicen que le cuesta más (risas).

--¿Se acuerda mucho Poyet de Zaragoza?

--Sí, muchísimo. Él tiene en la cabeza entrenar al Zaragoza. Coincidí con sus hijos en la grada y también me dijeron que su ilusión es regresar. De momento quiere asentarse en la Premier, pero a medio plazo quiere volver. Al Zaragoza lo lleva en el corazón.

--Llegaron juntos en aquella temporada de la promoción que dicen que es el germen de la Recopa. ¿Lo ve así?

--Sí. Ese año fue un máster. Si ves la alineación de esa promoción, hay seis jugadores que estaban también en la Recopa. Luego llegaron Solana, Aragón, Nayim, Cáceres y Esnáider. Víctor Fernández fue muy valiente también, puso un equipo muy ofensivo y joven.

--Dicen Los Magníficos que nunca se dieron cuenta de que se estaban convirtiendo en leyenda. ¿Lo percibieron en su época?

--En aquel momento no éramos conscientes. Lo que hacíamos era salir a jugar y a pasarlo bien. Es cierto que éramos muy competitivos, pero creo que la repercusión que tuvo no la asimilamos bien. Era brutal. Cuando llegamos a Zaragoza desde París fue cuando nos dimos cuenta de lo que habíamos hecho. Aún se me pone la piel de gallina (enseña el brazo). Tanta gente desde el aeropuerto hasta El Pilar, tanta, tanta gente... Ahí te das cuenta de la que has montado. En París casi no hubo celebración, no había infraestructura. Se hizo un picoteo solo y muchos de nosotros acabamos cenando en una hamburguesería.

--¿Quiere decir que el equipo voló por encima del club?

--Claro. El equipo creció mucho más que el club. Entonces no había tienda o algún tipo de márketing. Estaba Alfonso Soláns padre y él decidía y gestionaba todo. Le faltó un asesoramiento para tratar de encauzar los éxitos hacia la modernidad.

--Cuentan y repiten Los Magníficos que la clave de su éxito fue que eran un grupo de amigos. ¿Su caso fue igual?

--Idéntico. Lillo siempre dice que es más difícil ganar a once amigos que a once buenos jugadores. Y eso es así. Si tú estás a gusto, entrenas mejor, defiendes mejor, tienes más compromiso.

--Sin embargo, era un vestuario con caracteres diferentes. No eran lo mismo Solana o Aragón que Poyet o Esnáider.

--Todos dejábamos nuestro carácter fuera. Allí éramos una piña. Incluso nuestras mujeres se llevaban muy bien, y eso era fundamental. Hubo un momento que había siete u ocho embarazadas a la vez. Había muy buen rollo.

--Y salían...

--Sí. Se salía bastante, pero hasta horas prudenciales, en días apropiados y moderadamente. No se nos ocurría salir un viernes, claro. Ese equipo jugaba bien al fútbol, pero también se lo pasaba bien fuera. Hay tiempo para todo, también para divertirse.

--¿Qué imagen le queda de París?

--La parafernalia, el ruido, la gente. Cuando empezaron a llenar los zaragocistas las gradas, que llegaron mucho antes, nos dimos cuenta de la trascendencia del partido. Y la imagen que me queda es la del cuarto árbitro. Cuando marcó Nayim, no fui a celebrarlo, me fui a hablar con el cuarto árbitro. Le pregunte con mi inglés de Cuenca: 'What time?! Y me contestó: 'Finished'. Lo dijo sonriendo. Nunca olvidaré esa cara.

--Después del 95 hay altibajos hasta que en el 2000 estuvieron a punto de ganar la Liga.

--Esa Liga se podía haber ganado. Nos quitaron victorias por dos penaltis que no eran en las últimas jornadas. El grupo también fue entonces determinante. La transición tras la Recopa se hizo mal, se quiso renovar el equipo demasiado rápido. Chechu le devolvió al equipo ese carácter que había perdido.

--Un equipo muy competitivo y que tenía a Milosevic.

--Claro. Era el delantero de siempre, un Esnáider, un Morientes... Era fuerte, pero también hábil. Y tenía mucho gol. Ese año hizo 19 dianas en la primera vuelta. Entonces era una barbaridad.

--¿Se atreve a nombrar a un compañero favorito?

--Me voy a dejar a muchos, pero con el balón nunca le vi a nadie hacer las cosas que hacía Nayim. Técnicamente era una barbaridad, un súper clase. Luego había jugadores que en el campo contagiaban mucho al equipo, como Esnáider. Te trasladaba en el campo presión positiva.

--Coincidiría también en el campo con gente peculiar.

--Sí, claro. Esquerdinha, por ejemplo. Cuando volvíamos de Villarreal descendidos, me preguntó en el autobús si habíamos bajado a Segunda. Eso lo dice todo. Luego había otro, este no digo el nombre, que fumaba en el descanso. Se metía en el baño para esconderse, pero no tenía techo y el humo salía por arriba. Luis Costa se volvía loco.

--En la final del 2001 marcó un gol imponente y levantó la Copa como capitán. ¿Es su día más feliz?

--No. La que hizo ilusión de verdad fue la primera ante el Celta en el 94. Veníamos de la que nos había esquilmado Urío Velázquez un año antes, y encima fuimos a la tanda de penaltis. La explosión fue brutal. Era la primera vez que ganábamos algo, y esa primera alegría es insuperable. Claro que el hecho de recoger la Copa de las manos del Rey es lo que sueñas desde pequeño.

--Entretanto le pasó lo de 'Ha sido el 6...'. Es de los pocos que ha defendido a Rafa Guerrero.

--Sí, aunque en aquel momento lo hubiera matado (carcajada). Salí en su defensa porque no había que satanizarlo. En la vida luego lo conocí bien, y siempre le digo que es una persona que le gusta mucho el protagonismo, pero todo lo que ha ganado lo ha donado a la caridad. Tiene a su cargo a un niño saharui, es muy generoso... Luego ya podemos discutir si era mejor o peor linier, pero eso importa menos.

--¿Se acuerda de Díaz Vega, que lo expulsó en el minuto 1?

--Sí, contra el Sevilla. A las nueve y cinco estaba en el vestuario ya duchado. Luego me reconoció que se había equivocado. Mi mujer, que estaba acabando la carrera de empresariales, cogió un taxi para ir a La Romareda y le preguntó al taxista cómo iba el partido. "0-0, pero ya han expulsado a uno del Zaragoza", le contestó. "Seguro que ha sido mi marido", dijo mi esposa. "¿Quién es su marido?". "Aguado". "Pues sí". Mi mujer iba muerta de risa en el taxi. Ya sabía que en aquella época la probabilidad de que me expulsaran era alta. Ahora somos dos amigos, Pablo Alfaro y yo, los más expulsados de la historia con 18. Espero que nos supere Ramos, que le faltan cuatro. Así me quito el sambenito.

--¿Qué le dice el número 473?

--(risas) Cuando llegué a los 300 partidos fue cuando me enteré de que podía alcanzar a Violeta en partidos oficiales si no tenía lesiones, y no voy a negar que me hacía mucha ilusión. Llegó un momento incluso que se convirtió en obsesión. Era un reto batir a Violeta, aunque reconozco que solo lo he superado en partidos. En lo demás, José Luis fue internacional, una persona de la tierra, de la casa, muy querido, un símbolo que jugó con los Magníficos y los Zaraguayos. Es el 'león de Torrero' y compararme con él me da hasta vergüenza. Cuando alguna vez he ido por la calle con él, a la gente mayor que lo reconoce se le nubla la vista. Eso lo dice todo.

--Y, de repente, la lesión.

--Sí, solo dos partidos después de batir el récord. Al principio no asimilé que era una lesión grave. Y eso que lo intenté por todos los medios, incluso contraté un fisioterapeuta particular. Tras el descenso, estuve con Paco Flores entrenando en Segunda, pero ya me di cuenta de que no era el mismo. Interpretaba igual el juego, pero me faltaba esa chispa.

--¿Se dio cuenta en el momento?

--No. Me di cuenta cuando vi la cara del doctor Villanueva mirando el escáner. El diagnóstico fue 'arrancamiento de los músculos isquiotibiales de la pierna izquierda'. En fin... En el campo no me di cuenta, pensaba que era una rotura fibrilar. Aún tengo un hueco de 10 centímetros en el músculo que no se ha llenado y eso te impide tener salida, explosividad.

--Juega en la Liga Social del Stadium Casablanca. ¿Aún compite?

--Sí. Nos chillamos un poco (risas). Me dicen que les corrija y tal, pero somos un grupo de amigos que lo pasamos bien y nos mantiene en forma. El fútbol es un deporte extremo, exige mucho. Aún tengo agujetas del partido de Aspanoa (risas).

--¿Se imaginó cuando se marchó que el Zaragoza sería lo que es?

--De ninguna manera. En mi carrera y como aficionado, con aquel Zaragoza de Beenhakker, siempre fue un equipo de un nivel futbolístico muy alto. La decadencia desde el 2006 ha sido brutal, en cuanto a fútbol y en cuanto a imagen. Ha sido un tsunami con Agapito del que nos costará muchos años recuperarnos. Antes los jugadores veníamos orgullosos a vestir esta camiseta. Hoy ya no pasa eso.