Podría resumirse el encuentro ante el Lugo en las palabras del entrenador, valiente también al calificar de terrible el partido. «No se puede jugar peor», admitió antes de hacerle un guiño al futuro, al estilo Cruyff, afirmando que esta derrota le vendrá muy bien. Será luego. Ahora, ayer, desde luego cayó como una bomba en La Romareda, donde se escucharon los primeros pitos de la temporada, bien merecidos. El Zaragoza se comportó como si fuera una suma de futbolistas vulgares y desconocidos, como si no le precedieran pautas y trabajo, como si no le fuera nada en el envite. Dejó, además, la sensación de haber quedado mal rematado en la planificación. Le falta un centrocampista por lo menos. Hoy se diría que dos.

No encuentra la forma Idiakez de armar un equipo proporcionado, a excepción de esos ratos en los que se juntaron Javi Ros, Zapater y James. Antes, cuando faltaba Zapater, todo fue regular con Verdasca. Después, al caer Igbekeme, se ha convertido, efectivamente, en terrible. El Zaragoza perdió ayer de una manera parecida a la última, aunque agravado porque el Lugo lo destripó en la primera parte, porque le había ganado el choque antes de cumplirse la hora de partido, porque le sacó los colores delante de su afición. No hay fortín, no.

El equipo aragonés jugó obturado desde el principio, incapaz de hallar el primer pase. Los dos centrales se la daban una y otra vez antes de rifarla, o de perderla, algo común. Nadie abría espacios en las líneas superiores, nihabía tercer hombre en el centro del campo. Ni segundo, se diría. Ni primero, vamos. Tampoco se entendió por qué Ros y Zapater no ayudaron. Era auxilio de verdad lo que pedían Verdasca y Grippo, angustiados con el balón y las circunstancias adyacentes.

El entrenador no quiso ponerle solución al mal rato de sus centrales en toda la primera mitad. No quiso, seguro que no quiso. Verlo tuvo que verlo como todo el estadio. Otra cosa entendería, se supone. Arriba, al cuarto de hora se apreciaba nítidamente que el partido iba para problema. Cristian Álvarez haría un primer milagro en el minuto 17 ante Cristian Herrera. La mano, el paradón, podía haber servido de aviso, notificación o advertencia. Nada. Tres minutos después, otro pecado zaragocista en el intento de elaboración acabó en los pies de Pita, que marcó el gol de su vida. 50 metros de golpeo limpio para pasar por encima de Cristian y darle la razón al fútbol.

Idiakez deshizo el rombo, repetido como en Almería, para dejar un 4-3-3. Otra vez con Buff, otra vez mal. El suizo no es James ni puede comportarse al mismo ritmo en ventajas y desventajas. Duró 45 minutos su intrascendencia, aunque pasara un tanto inadvertida en medio del disgusto general con los centrales y el Zaragoza, que se libró del segundo gol, tercero por cuentas, en un lanzamiento de falta de Cristian Herrera que se estrelló contra la madera. Era el minuto 25, dos antes de que Idiakez aprovechara entre pitos el cooling break para gesticular como si fuera posible arreglar el disparate propuesto.

No hubo cambio alguno en la disposición. Los futbolistas del Lugo se frotaban las manos mientras esperaban un error de los centrales del Zaragoza, que fueron los futbolistas que más tocaron el balón en el primer periodo. Tómala tú. No, tómala tú. Mejor tómala tú. Y así hasta que llegaba el error. Hubo muchos, todo un derroche. Cristian salvó la cuarta clara ocasión del Lugo ante Dongou en el minuto 39. Unos segundos después le hizo otro paradón a Iriome. Era fácil abrazar el marcador. No era 0-5, solo 0-1. El intermedio llegó como una bendición pese al abucheo.

Un minuto le costó al Zaragoza chutar a puerta en la segunda mitad. Javi Ros ya estaba amparando a los centrales y una salida limpia de balón, con sentido y paciencia, propició la mejor ocasión local. El disparo fuera de Pombo anunció un partido roto de Norte a Sur. La propuesta, con Papu ya en el campo, era osada. El Zaragoza iba de frente, a jugárselo a cara o cruz. Le salió cruz pronto. En el minuto 56, Dongou puso el 0-2. En fuera de juego, se dirá. Aceptado. De nada sirve.

Quedaba media hora larga, pareció adivinarse el final que fue. El Zaragoza mostró impotencia y algún que otro comportamiento individual misterioso. Atropellado por su sinrazón, amontonó futbolistas de ataque buscando un milagro que no se produjo. El plan estaba mal trazado desde el inicio, quizá desde la pretemporada, cuando se decidió que no hacía falta reforzar la medular pese a las lesiones. Eran largas, se sabía. Eguaras aún no está; a Guti le falta para estar; y Zapater, medio está. La consecuencia es que ya han volado 10 puntos de 18. Este ritmo, más que de ascenso, es de salvarse por los pelos.