Cualquiera lo diría, pero efectivamente la hay. Después de doce jornadas, el Real Zaragoza ocupa la quinta posición con 19 puntos de los 36 que se han repartido. Ha sumado más de la mitad (el 52%) y está a uno del segundo, plaza de ascenso directo, y con los mismos que el séptimo, que queda ya fuera de cualquier privilegio. A pesar de los números absolutos, indudablemente buenos, el equipo atraviesa un momento de crisis de juego, manifestado con toda la crudeza en el nefasto encuentro ante el Mirandés. También de resultados: 6 puntos de los últimos 21.

Cuando las cosas van bien, nunca hay problemas y los que pudiera haber quedan en un plano invisible. Cuando las cosas se tuercen, la presión aparece de nuevo. El Zaragoza se ha caído porque se le han acumulado los problemas físicos, uno ya irresoluble como la baja indefinida de Dwamena y otro el de Vigaray, que hace un daño terrible, porque ha perdido el fútbol, la competitividad y la consistencia, porque no ha encontrado soluciones tácticas a las dificultades que se le han presentado en los partidos y porque el rendimiento colectivo e individual está lejos de los máximos, lo cual transfiere la responsabilidad a los propios jugadores y al entrenador, que en este momento no está consiguiendo sacar lo mejor de cada cual. Ni de sí mismo.

El equipo tiene un evidente problema endógeno que el técnico deberá resolver y un problema exógeno, con soluciones externas que atañen al club. Necesita rellenar con un buen movimiento de mercado el espacio dejado por Dwamena, cuya baja ha desequilibrado el ataque. En eso está la Sociedad Anónima, dirigiendo su destino al modo que convino hacerlo. Llevando el bastón de mando, tomando las decisiones, con cada zapatero en sus zapatos y una línea firme de trabajo con nombres y apellidos en cada parcela, reafirmados uno por uno en sus áreas por quien corresponde. Como todos dentro conocen de primera mano. En las buenas, nada hace falta. En las malas, sobre todo unión y lealtad.