Es el lunes un día ideal para abrir el debate estéril de la cantera, si Diego Suárez y Esnáider, que se echaron a las espaldas una cruz excesiva para ellos en este Monte Calvario, son o no jugadores aptos para el primer equipo. La toalla del futuro deportivo está bañada en sangre, pero desde las esquinas de la ciudad seguro que alguna voz gritará todavía que el Real Zaragoza no se rinde, que la promoción de ascenso es aún posible. Las promociones emocionales hace mucho que no sirven para un equipo y una institución sin pulso, incapaz de encontrarlo en el fútbol que no tiene.

La realidad aplasta sus huesos de cristal. Las proclamas sentimentales, que han hecho más daño que beneficio en la montura del cariño o del interés, deberían reconducirse de una vez por todas a la exigencia de que se cumplan y respeten derechos fundamentales de la institución que se están violando con premeditación. Una jornada más esperando el próximo encuentro es un siglo menos para depurar responsabilidades y, sobre todo, buscar soluciones. Ya nada se disputa en el campo; los corners se botan en los despachos y en la calle.

El Real Zaragoza va camino de convertirse en la primera víctima ilustre de la aberrante permisividad económica con el fútbol en este país, consentimiento oficial para exprimir los clubs como puente de plata hacia negocios colaterales de sus propietarios o verdugos. Ha habido liquidaciones en la cuneta, desapariciones en fosas comunes de equipos quizás con historia aunque sin impacto mediático para una larga oración. Lo del Zaragoza es un magnicidio. Por muchos tupidos velos que se corran, con un proceso concursal trufado de laberintos contables con un tufo a suspicaz descuido y la venta de las acciones como estrategia de distracción y chantaje, se vislumbra con nitidez a cada uno de los ejecutores del tiro en la nuca administrativa.

Agapito Iglesias es el dueño de la nada. Y de más de 130 millones de euros de deuda que crece a cada minuto en la cloaca que gestiona gracias a un grupúsculo socialista que en su huida ha dejado una huella profunda, apadrinada por Marcelino Iglesias en su época de gobernador general de la India. ¿Es posible que aparezca un comprador en esta tesitura de nula viabilidad salvo que se aseguren beneficios personales ambas partes y pagos a cómodos plazos? Si esto ocurriera, el Zaragoza seguiría su curso de destrucción en otras manos. La limpieza pasa por manos limpias, por una predisposición e inevitable exposición política. Por la catarsis aunque duela.

Al empresario se le ha permitido dilapidar su hacienda, uno de los grandes valores de la sociedad aragonesa como impulsor de imagen, beneficios, e ilusiones. La maté porque era mía, más o menos. Callan Rudi, Biel y Belloch. No eleva mucho la voz el zaragocismo militante ni el de puchero. Callan quienes pueden articular el proceso curativo del Zaragoza, apuñalado frente a sus narices. Siempre queda alguna salpicadura de sangre en la chaqueta ética cuando estás o pasas muy cerca de la escena del crimen organizado.