Ridículo. Desastre. Esperpento. Espanto. Terrible. Elijan el adjetivo, cualquiera vale para definir el partido que perpetró el Zaragoza en Palamós. Es que, además, todos se quedan cortos para calificar lo vivido ante un Llagostera que estaba ya descendido a Segunda B y que le endosó un set, sí un set, con Querol como artífice principal, y lo que es peor, que bailó a un cadáver, a un equipo que, desde el banquillo, con un Lluís Carreras superado en su despedida, y en los 14 jugadores que saltaron al césped, se arrastró sobre el campo para que el zaragocismo, que en la historia reciente tuvo muchos capítulos negros, viviera otro de bochorno sin parangón que implica el cuarto año seguido en Segunda.

El Zaragoza dependía de sí mismo para firmar la cuarta plaza y tratar de ascender por la vía del playoff. Enfrente, un Llagostera humilde y ya descendido, solo ponía en juego despedirse bien del fútbol profesional. El Zaragoza, sin embargo, se jugaba una meta, el retorno a Primera, que era una obligación económica, un barco de supervivencia para el club, por no hablar de la historia, de la afición, de un escudo. Tanto en juego, tantas cosas por las que luchar, y un equipo que no encontró ni una sola justificación para sostener una actitud lamentable. Sin alma, sin concentración, sin intensidad, el Llagostera destrozó la ilusión del zaragocismo y dejó claro que el equipo aragonés no merecía ese billete para los playoffs.

El partido apenas tuvo historia. Hubo un buen equipo, lleno de orgullo y fútbol, y una sombra, un grupo de jugadores sin un plan, sin orden defensivo, con una defensa de verbena, y sin capacidad con el balón ni profundidad en ataque. Con Diamanka en la mediapunta y con Dongou arriba empezó el Zaragoza, que pronto dio señales de que no estaba para casi nada ante un Llagostera donde Oriol Alsina le ganó la partida a Carreras jugando con dos puntas. Querol empezó su festival tras enseñarle la matrícula a los centrales en el minuto 11 y antes de la media hora un saque de banda propició el segundo gol del delantero catalán, que vivió su noche de gloria para lamento zaragocista.

El Zaragoza era una verbena antológica, con un mundo de espacios para que el Llagostera jugase a placer, y solo Lanza creaba algo de peligro. Pedro, tan desaparecido como el resto, tuvo la mejor, pero disparó al muñeco con todo a favor. Carreras se la jugó tras el descanso y Ángel y Jaime entraron al campo para que Diamanka se ubicara en el doble pivote con Erik Morán. El riesgo era absoluto, pero el Zaragoza necesitaba dos goles para no depender de otros resultados, que tampoco se daban.

Jaime, activo, y Ángel tuvieron la ocasión de acortar distancias, pero el Zaragoza estaba solo para el desastre. Imaz, en una contra a pase de Samu de los Reyes, encontró el camino para el tercero, porque el Zaragoza ya concedía auténticas autopistas. Querol aprovechó después la falta de entendimiento entre Guitián y Manu Herrera para hacer un cómico cuarto gol. Jaime acortó distancias de penalti, Ángel acertó por fin de cara a portería y el 4-2 alimentó alguna ilusión con 15 minutos por delante. No tardaron en llegar los goles. Querol, a pase de Pitu, y el propio Pitu sellaron un set que entra de lleno en la leyenda negra.