La Copa, definitivamente, es otro mundo, una dimensión que en muchas ocasiones escapa al raciocinio y se echa en brazos de la pasión. Un torneo medieval con la vida o la muerte en juego y donde es difícil medir el tamaño de los contrincantes. Sólo así se puede comprender el excelente (que no excelso) encuentro que realizó el Real Zaragoza anoche y que le dio el pase a semifinales, apenas unos días después de haber sido triturado por el Mallorca en la Liga. El conjunto aragonés se dejó llevar por los sentimientos, uno de ellos, quizá inconsciente, de irrefrenable reivindicación por la paliza del domingo, pero sin perder la lucidez y sobre todo el sentido y la medida de un esfuerzo que derrochó sin ofrecerse una sola tregua.

El conjunto aragonés recibió el gol que empataba la eliminatoria en el minuto 12 y, sin embargo, superó la prueba sin depresión alguna, sujetando con las dos manos el sistema nervioso y erosionando con inteligencia a un Bar§a de cuchillos afilados en lo individual, pero desastroso como bloque. El Real Zaragoza sufrió una maravillosa mutación que se comprende dentro del marco de esta competición tan especial donde cada uno entrega lo mejor de sí mismo y algo más. Fue profundo por los costados de Galletti y Cani, este último, por fin, libre de complejos para imaginar y crear en acciones de desequilibrio auténtico; fue una armadura férrea en el eje del centro del campo y en el pasillo principal de la defensa, y, cuando el aliento lo hizo humano y vulnerable, fue matador gracias a Yordi, quien selló el pasaporte con la prórroga asomándose por el balcón de La Romareda.

CON UN PLAN No obstante, el encuentro nunca resultó inocente desde la pretensión de Víctor Muñoz y desde la respuesta aplicada de todos sus futbolistas. Había un plan y se cumplió a rajatabla, y en esa disciplina colectiva Luis Carlos Cuartero apareció como un mariscal de campo. El zaragozano mantuvo la solidez de la columna vertebral del equipo con autoridad, desparpajo y un ingente criterio. Ensombreció durante mucho tiempo a Xavi, ayudó a un Pirri desborbado siempre por Luis García y mantuvo duelos parejos y ganadores por velocidad con Ronaldinho. El mejor se pegó con los mejores. Cuartero gritó, ordenó y tuvo la pelota que por defecto innato desprecia Ponzio. En él empezó la metamorfosis y dentro de él palpitó inquieto el espíritu de esta competición.

Luis García acertó desde más de 35 metros, pero después ambos conjuntos se negaron el gol. Láinez y Valdés jugaron un papel primordial a disparos a bocajarro de Kluivert, Villa, Davids, Cani... Y Galletti envió una pelota fácil al poste. En esa traca de ocasiones mereció mejor suerte el Real Zaragoza, al que la pierde su falta de puntería, El estadio, pese a la igualdad en la eliminatoria, vibró como nunca jamás, como si estuviera presenciando un cuento de inevitable final feliz. Víctor Muñoz estuvo en esos momentos de delirio con los pies en el suelo, miró de frente a su equipo y lo vio agotado. Había entrado Gerard para solventar los mismos problemas en el Bar§a, y el entrenador apostó por Generelo. Excelente su elección. Equilibrado el pulso físico, apareció Yordi de sus tinieblas y remató una noche muy feliz.