Rumbo a la final y rumbo, también, a la Unidad de Cuidados Intensivos de la Copa, donde ha jugado este equipo en todas sus eliminatorias y de donde da la impresión que no quiere salir. Con el corazón en un puño, con el corazón en la boca, a corazón abierto, con el corazón partío y con muy poco fútbol en las venas, el conjunto aragonés se encuentra a un infarto de la final del torneo, de su competición favorita. Anoche, en Vitoria, maltrató de nuevo su delicada salud y la de su hinchada al ofrecerle el partido y ventaja en el marcador al Alavés, que sólo fue asequible cuando se quedó con uno menos por justa expulsión de Turiel. Se le iba la vida al encuentro y, en el último segundo, Savio empató tras una excelente acción individual de Villa. Más suspense imposible; menos juego, también ante un rival de Segunda División que dio una talla superior como equipo a la del Real Zaragoza, siempre al límite de sus limitaciones.

ORO PURO El gol del brasileño alcanzó un valor de miles de kilates. Oro puro para un conjunto de hojalata. La vuelta se presenta con una comodidad insospechada hasta el minuto 90 de ayer. En teoría, claro está, porque parece que el Real Zaragoza se encuentra a sus anchas en la mesa del quirófano, tumbado, esperando que venga a rescatarle, como ha sido muy habitual, el bisturí del milagro. Hasta un 0-0 en La Romareda será suficiente para llegar a una meta que produce al mismo tiempo felicidad y estupor. Alegría porque una final de Copa es algo grande, y asombro mayúsculo por las formas tan poco ortodoxas en que está a punto de lograrse ese billete de lujo. Desde luego no es para despreciarlo, aunque el Alavés tiene aún algo que decir y sería peligroso descartarlo.

Fuerte, disciplinado, mandón en el espacio aéreo y predispuesto para un acontecimiento como es una semifinal de Copa, el Alavés le cogió por la pechera al apocado Real Zaragoza y lo zarandeó en la primera parte con mucha presión y la inteligencia de Pablo, quien se sobró para dirigir todas las operaciones en el centro del campo sin que Generelo ni Cuartero supieran cómo neutralizarle. Víctor Muñoz prefirió dejar a Movilla y Dani en el banquillo, pero tuvo que llamarles a filas tras el descanso dado el cariz dramático que estaban tomando los acontecimientos, con el gol de Vucko en contra y un terrible presentimiento colgado de la atmósfera de Mendizorroza. También dio entrada a Soriano para evitar que su equipo se arrugara más y situó a Cuartero de lateral en lugar de un Ferrón superado por la calidad de Iván Alonso.

Mucho no mejoró la cosa, si bien sí se consiguió ofrecer un aspecto un poco más aguerrido, no tan infantil y desarmado como antes. De Movilla se esperaban mayores destellos, pero a falta de ritmo sacó otro genio, el del carácter y la agresividad que tanto se echan de menos. Sus compañeros entendieron el mensaje cuando en un par de ocasiones el centrocampista enseñó los tacos como un tiburón muestra su dentadura. Cani se espabiló, Villa volvió a cabalgar y Savio le cogió gusto al balón. Fue sin embargo la segunda amarilla a Turiel la que facilitó la labor al Zaragoza, que se halla a un solo infarto de la final y con el gotero lleno de champán. Su corazón, que no su fútbol, está a prueba de bombas.