Ni una sola ocasión fue capaz de generar el Zaragoza en toda la segunda parte. Marcó el Oviedo a los cinco minutos de la reanudación y todo se acabó. Como siempre. Porque el indigno recital de impotencia colectiva no es nuevo. Al contrario. Forma parte de la esencia de un equipo débil, miedoso y pusilánime que se va al suelo con el primer soplido y que es incapaz de levantarse para morir matando. Ni un acercamiento con peligro. Ni un cara a cara con el meta rival. Apenas un disparo lejano de Eguaras, fiel reflejo del derrumbamiento cuando vienen mal dadas. En lugar de dar un paso adelante con carácter, arrojo y valentía, los futbolistas del Zaragoza se esconden. Se hunden en sus miserias. Maldicen su suerte y se entregan hasta desaparecer. Casi siempre ha sido así, en realidad. Solo el efecto JIM cambió algo. El técnico trajo fe y luz. Pero todo vuelve a estar a oscuras. Y hay poco en lo que creer.

Nada queda ya de aquel equipo cambiado que parecía haber adquirido la identidad que nunca tuvo. la confianza y el orgullo. Ni rastro de corazón más allá de los canteranos. Sin ellos, el Zaragoza sería todavía peor. Como lo es sin Francho, Como lo sería, seguramente, sin Francés, a pesar de que un fallo del central originó el tanto del Oviedo que acabó con lo poco que había.

Claro que el gran error fue, otra vez, de Cristian, un portero que ha salvado tantas veces al Zaragoza que se ha ganado para siempre un lugar en el corazón de la grada, pero cuya continuidad en el marco debería analizarse con detenimiento. Porque lo que menos necesita ahora este equipo débil en cuerpo y alma es un portero que derroche dudas y transmita fragilidad. Y el argentino, ese soldado desconocido, es un manojo de nervios cada vez que un balón aéreo aparece por sus inmediaciones. Por segundo partido consecutivo y por enésima vez durante la temporada, su fallo (en estrecha colaboración con Jair) le costó a este escaso Zaragoza algo más que un gol.

Ah, el gol. Esa materia oscura. Esa utopía. Ni al arco iris es capaz de marcar el Zaragoza. No lo hacía cuando tenía ocasiones, así que, sin ellas, todo queda reducido a plegarias en busca de un favor de la Pilarica. Ningún otro Zaragoza marcó menos tantos a estas alturas en toda la historia del club. Tres delanteros centros se ficharon en verano. Y aún vino otro más en invierno. Y un crío de 18 años tuvo que saltar al primer equipo ante semejante desfile de incompetencia. Nada. El gol, como el Zaragoza, no existe.

Nada queda ya de aquel técnico capaz de transmitir fortaleza a un grupo endeble. La inseguridad parece haberse apoderado también de JIM, que devolvió a Bermejo al centro y a Zapater y a Larra al once en busca de balón, por un lado, y de aire fresco por el otro. Nada. En este Zaragoza todos juegan al pie y nadie al espacio. No hay velocidad ni presión alta. No hay un plan más allá de proteger la renta si se da primero. No hay fútbol. Nada queda de aquellos brotes verdes. Todo está oscuro otra vez para un Zaragoza con demasiados problemas y con mucho más miedo que alma. Otra vez.