El Zaragoza de la temporada 2018-19 será recordado como un equipo pequeño. En todos los sentidos. Una escuadra de tamaño menor incapaz de mirar a los ojos a las más poderosas de la competición. Ayer, apenas tres jugadores de campo -Verdasca, Eguaras y Marc Gual-superaban los 180 centímetros y los dos últimos no son precisamente garantía de seguridad en el juego aéreo. Claro que tampoco el primero. Así las cosas, no extraña que, también ayer, el Zaragoza perdiera como consecuencia de un tanto de cabeza tras un saque de esquina. Es decir, lo de casi siempre.

La falta de estatura ha supuesto un problema grave durante toda la temporada. El Zaragoza ha sido una caricatura por arriba en su área y en la rival. Un defecto mayúsculo que solo Víctor al final ha podido camuflar en cierto modo. Si es que es posible. El tamaño importa, y más en una categoría en la que la estrategia es un arma mortífera. Jamás tuvo el equipo aragonés contundencia o envergadura. Y lo pagó bien caro.

El Zaragoza ha sido endeble. Frágil. Muy poca cosa. Y ese mal de altura ha empequeñecido todavía más a un equipo que ha desprendido olor a mediocridad y vulgaridad durante gran parte del campeonato. Ha sido un Zaragoza pequeño y un pequeño Zaragoza el que ha protagonizado una de las temporadas más bochornosas y uno de los fracasos más sonados de la historia moderna de la entidad. Pero conviene buscar más allá a la hora de analizar semejante fiasco. Porque no es solo una cuestión de centímetros y mala leche. No. También se trata de bisoñez. Ayer, solo tres jugadores de campo -Benito, Eguaras y Dorado- superaban los 25 años. Y los dos primeros por poco. La misma tónica de toda la temporada en un equipo demasiado inexperto sobre todo en ciertas zonas del campo.

Pero hay más problemas. Y algunos extrapolables a la estructura de un club poco dado a la autocrítica y en el que la culpa siempre la tiene el de al lado. Cualquier esperanza de cambio pasa por un cambio en ese sentido. Se impone asumir responsabilidades, darse golpes en el pecho y reconocer culpas. Y hasta ahora nadie lo ha hecho a pesar de que es más preciso que nunca.

El Zaragoza, como equipo y como club, necesita solidaridad, hambre y compromiso. De arriba a abajo. Dar la cara y partírsela por el otro. Ser un equipo en el campo y en los despachos, desterrando la comodidad y la autocomplacencia.

EL GRAN DESAFÍO

En cierto modo, algo en este sentido dejó caer Víctor en su penúltima rueda de prensa. «Jugar en el Zaragoza tiene que ser difícil». De eso se trata. Porque, hasta ahora, hacerlo ha salido barato. La exigencia ha sido menor. Muy menor.

El Zaragoza es mucho más que lo que es ahora. La plantilla exige una reconstrucción como la anunciada por el técnico. Muchos jugadores no han dado la talla, algunos por inexperiencia. Otros por incapacidad o por incomparecencia debido a múltiples lesiones. El cambio es obligado, pero debe alcanzar a más sectores que también han quedado en evidencia. Es el caso de los servicios médicos y asistenciales del club, donde la falta de confianza ha imperado durante toda la campaña. También ahí resulta obligado actuar.

Hoy debe nacer un nuevo Zaragoza. Hace tiempo que hay actividad en los despachos, pero también es hora de análisis y evaluación. Y el suspenso es generalizado salvo contadas excepciones. Porque el Zaragoza debe crecer y madurar. Necesita dejar de ser pequeño para volver a soñar con recuperar la grandeza perdida. Si todo sigue igual y el cambio solo alcanza a un puñado de futbolistas, el abismo seguirá ahí. A un solo paso.