El emocionante recibimiento de la afición al equipo casi dos horas antes del arranque del encuentro contra el Rayo Majadahonda, cordón umbilical que unió de manera simbólica la vibrante recta final de la temporada pasada con el inicio de la actual, pudo llevar a pensar que lo que luego se vería dentro de La Romareda sería un partido con aquella electricidad, con energía desbordante, chispas en cada carrera y fútbol a borbotones. No fue así ni podía serlo. Era 19 de agosto y la victoria del Zaragoza resultó la clásica veraniega.

El equipo tuvo el encuentro controlado en todo momento a pesar del engañoso 2-1 en los minutos finales. Fabricó oportunidades suficientes para que el resultado hubiera sido más holgado aunque el juego no fluyera como una sinfonía. Por hache o por be. O porque Gual todavía no ha afinado la puntería aunque su trabajo lejos del área fue notable. O porque a Pombo le faltó lucidez en la última elección y en varias definiciones para redondear un gran partido, con presencia constante en las acciones ofensivas y en numerosos desmarques. La tarde-noche dejó también la confirmación de que James va a ser un fichaje rentable. No es un virtuoso, pero está en todas partes. Aquí, allí, otra vez aquí y otra vez allí. Su esfuerzo en beneficio del colectivo es tremendo.

El Zaragoza debutó sin Eguaras, el jugador más señorial y con mejor marca de autor de la plantilla, sin Papu en buena forma, sin la fuerza de Guti, sin la sabiduría de Zapater y sin el delantero que falta. Mucho fútbol ausente. En las botas de todos ellos está que el equipo alcance el siguiente escalón.