Resulta cruelmente irónico que el Real Zaragoza se adelantara en Riazor, en parte por lo esperpéntico del gol de Genérelo, que marcó casi con la espalda, y en parte por la severa paliza que recibió el conjunto aragonés en la segunda parte, periodo que el Deportivo eligió para ratificar su ingente calidad colectiva y triturar a un equipo que se precipita hacia el descenso. Podría optarse por correr un tupido velo sobre el encuentro de ayer en La Coruña bajo el pretexto de la abismal diferencia entre un aspirante al título y un modesto meritorio a la permanencia, pero lo ocurrido en éste partido destapa por enésima vez y sin mirar a lo aplastante del marcador una verdad transparente desde el primer minuto de la temporada: este Real Zaragoza no da la talla mínima exigible para jugar en Primera División. Sólo le pueden salvar dos cosas, una de ellas emparentada con el destino, es decir que tres clubs lo hagan peor que él y se vayan por el desagüe que conduce a Segunda, ó la intervención inmediata de la directiva para adquirir con precisión suiza al menos tres futbolistas que consigan imprimir más carácter y fútbol.

La destitución de Paco Flores, tema estrella en la recta final del año pasado, aparece de nuevo de fondo porque gran parte del Consejo sigue pensando que la solución pasa por prescindir del técnico, cuestión que siempre estará en manos del presidente, Alfonso Soláns. Puede que el entrenador catalán haya colaborado a empeorar el equipo con sus decisiones, pero siendo mínimamente serios y rigurosos con la evidencia, este proyecto venía defectuoso de fábrica y ahora chirría hasta ensordecer. Se le va a pedir a Soláns, hoy mismo, una nueva reflexión sobre el hipotético perjuicio que supone la continuidad de Flores. Sería de gran valor que en la sugerencia vaya incluido el vídeo del partido de ayer: seguramente irían todos a la calle menos el personal de oficina y el de la tienda.

SIN CARÁCTER La derrota frente al Deportivo avergonzó por la distancia sideral que separa a un gigante de una hormiga y, sobre todo, porque el Real Zaragoza perdió sin bajarse del autobús. Pese a ese gol sorpresa de Genérelo, la banda de cartón que mal dirige Paco Flores volvió a carecer de carácter, de huella digital, de identidad, de capacidad para enmascara sus debilidades añadiendo un mínima dosis de orgullo, material que en ocasiones suaviza la crítica del desastre. Se estiró un poquito por el costado de Savio y David Pirri y se arrugó progresivamente frente a Valerón, quien llevó al jardín de infancia a Ponzio y a Genérelo para instruirles sobre los principios del manejo de la pelota, para después fabricarle una autopista al cielo a Luque y al infierno a Rebosio, burlado por múltiples balones a la espalda que el delantero utilizó para torear con muleta y capote al lateral peruano.

Por el portón abierto de Rebosio llegó el empate, una triangulación del triángulo mágico del Deportivo, Valerón, Luque, Tristán, que el ariete remató a un palmo de Láinez. Esa jugada retrató con pulcra exactitud quién es uno y otro en la Liga, y animó al conjunto de Irureta a masticar el triunfo por la inercia de su superioridad, degustando lento en el paladar de Valerón todos los sabores de un encuentro dulce, con un enemigo cuyo supuesto guionista, Corona, lleva botas de merengue y un espíritu de idéntica solidez: Poco a poco, con mucha resignación y una alarmante (cada vez menos) ineptitud para construir algo coherente con el balón, el Real Zaragoza puso la mejilla hasta que el Depor se cansó de amoratársela a bofetadas y fútbol de alta escuela.

Valerón, de cabeza, Tristán en fuera de juego (qué más da) y Sergio rubricaron una goleada que pudo ser de órdago si Láinez y los postes no lo llegan a evitar. Soláns viene hoy de Madrid a una asamblea de emergencia. Le volverán a pedir la cabeza de Flores y es posible que se rinda a la tentación, porque aunque ignore los códigos deportivos, conoce muy bien los políticos, y sabe que el próximo en entrar en el ojo del huracán será él. Por eso podría echar a los leones al técnico, pero antes debería ver jugar a Valerón y después mirarse al espejo de la honestidad. Este Zaragoza es su Zaragoza.