El Real Zaragoza resucitó a la hora justa --no sin arrastrar la cruz de su inmadurez en la recta final del choque--, despojándose de la pesada losa bajo la que está jugando en la Liga, donde lleva seis jornadas renunciando a la victoria, enquistado en su fragilidad defensiva. El partido exigía un punto para seguir adelante en la Copa de la UEFA y el conjunto aragonés despegó en busca de los tres aunque lograra lo justo para pasar como segundo de grupo, por detrás del Dnipro y delante del Austria, puesto que le emparejará hoy en el sorteo con uno de los caídos de la Liga de Campeones. A ese gesto de valentía e inteligencia sumó la escuadra de Víctor actitud y, lo más importante, un fútbol rápido y rasante, de toque ligero y preciso.

El Brujas será el líder belga, pero jamás supo interpretar la propuesta de su rival, que lo domesticó pronto hasta reducirlo en un grupo muy rústico cuya única respuesta se redujo al envío de balones sobre su delantero centro, Lange, un tronco noruego talado siempre por Alvaro y Milito, esta vez más cómodos y sincronizados. De su escaso repertorio sólo se salva el esloveno Ceh, autor del tanto del empate, y una segunda parte desesperada que afrontó en su último tramo con uno menos por expulsión de Spilar. Pagó su mediocridad con la eliminación, con la caída a la fosa común continental junto al Utrecht.

EL CAMBIO Fue un cambio colectivo y radical que, obligatoriamente, necesitaba la huella de personalidad que exige siempre Europa para entregar cualquier pasaporte en sus competiciones. El Jan Breydel, una hoguera permanente de ruidosos aficionados, también pedía corteza dura a los jugadores de Víctor, poco acostumbrados a la atmósfera volcánica. Su adaptación a las adversidades se tradujo en el gobierno casi absoluto de la pelota, lo que dejó al Brujas de espectador, y en la recuperación de hombres fundamentales para misiones de tanta envergadura. En cuanto se vio taconear a Savio y Movilla en el centro del campo, el Real Zaragoza dibujó su sonrisa más amplia como equipo. Dos ocasiones consecutivas de Villa, la primera con destino a la escuadra que Butina sacó con el hilo suelto de sus guantes, fueron el anuncio del gol que marcó el encuentro.

Gustándose en su dominio, con El Pelado y Zapater autoritarios, un elegante centro de Cani en su perfecto papel de extremo sobrevoló el área belga hasta encontrarse con Savio solo. El brasileño tocó suave con la cabeza y el balón inició un viaje vago y alto que sorprendió a Butina. El Brujas se despeñó definitivamente en el minuto 39. Corto de vista, mucho corazón y poco cerebro, el bloque belga se fue descongelando sin costados, sin trenzar algo de intimidación, absorto por la calidad de Cani y de Oscar, este último majestuoso en el hallazgo de espacios libres para dar aire a la flácida presión local. Tan sólo el tanto de Ceh ensombreció el futuro del Zaragoza, porque de Utrecht llegaban noticias de que el Austria ganaba. El equipo aragonés se sujetó con orden al valioso gol de Savio y aguantó la avalancha desnatada de su adversario, ya en inferioridad numérica y con la puerta de la despedida europea abierta de par en par.

El empate fue suficiente, pero el resultado no reflejó el abismo que separó a lo dos equipos, a un Real Zaragoza despojado de su trémula respuesta en la Liga y con el carácter encendido por un fútbol, por momentos, de alta escuela, del Brujas, industrial y sin una pizca de magia. Europa es diferente y el conjunto aragonés tuvo, también, una respuesta distinta y agradable, una huella reconocible de calidad que le dio el pasaporte para que siga viajando en las alas de la ilusión.