Si de una jornada no se podían arrancar conclusiones sumarísimas, de dos tampoco. El Real Zaragoza sumó un punto en El Toralín, tuvo al alcance los tres y pudo quedarse sin ninguno. De esa ruleta rusa salió indemne. Pero no olvidemos lo que la lección que la experiencia de tantos años en la categoría ha enseñado: un punto fuera de casa en Segunda División siempre es sumar. Contra un rival de condiciones muy distintas (la Ponferradina y el Tenerife tienen pocas cosas en común), y reiterando el debido ejercicio de prudencia que hay que hacer con la Liga recién comenzada y tantos aspectos del juego por ajustar, este Zaragoza de Víctor Fernández es el Zaragoza con menos ADN de Víctor Fernández hasta el momento. Reiterándolo: con toda la cautela.

El equipo se ha reforzado en una dirección y con unos futbolistas con unas características muy concretas. El gol de Kagawa, como el de Luis Suárez en el debut en la Liga, volvió a llegar en una contra fugaz, nacida en una recuperación de Guti, con una toma de decisiones perfecta de James, espléndido toda la tarde, y una definición precisa del japonés. Al espacio, el Real Zaragoza volvió a ser temible e hizo mucho daño. Tanto que volvió a marcar siguiendo ese procedimiento.

Luego, el encuentro del conjunto aragonés tuvo sus lagunas. Concedió demasiadas ocasiones en contra como para irse con la portería a cero y volvió a necesitar al mejor Cristian para regresar con premio. Pero, sobre todo, al Zaragoza le ha faltado balón en estas dos jornadas y todo lo que da la posesión en situaciones clave: control del juego y de los tiempos. Seguridad. En esa dirección todavía queda trabajo por hacer.