La Romareda se había convertido en un campo de minas que se llevaba por delante al Zaragoza cada quince días. Todo empezó después del parón por la irrupción de la maldita pandemia. Aquel equipo de Víctor pasó de tener pie y medio en Primera a no ganarle a nadie en apenas tres meses. Su endeblez era especialmente hiriente en casa, de donde todo el mundo salía contento. Aquella fortaleza pasó a ser una casa de paja que salía por los aires al menor movimiento.

Desde entonces, La Romareda acumulaba ultrajes a manos de cualquiera. De los ocho primeros partidos de la temporada jugados como local, el Zaragoza solo había ganado uno y a última hora. Esa incapacidad para ganar sin su gente había sumido el equipo aragonés en una profunda depresión que le mandó directamente al diván y a posiciones de descenso a Segunda B.

Pero algo ha cambiado. El único triunfo de Iván Martínez al frente del equipo (el 1-0 ante el Fuenlabrada) empezó a mostrar un equipo más solvente, menos inseguro y más fiable. El Zaragoza llegaba más, aunque seguía acumulando despropósitos en el remate, pero, sobre todo, defendía mejor. Aquella tarde ganó porque lo mereció.

Esa victoria marcó un camino a seguir que JIM ha enfilado a la perfección. Una semana después, el Lugo también mordía el polvo en el estadio municipal. También justamente. También con un marcador demasiado corto. También superado por un Zaragoza más alto y más guapo.

El Logroñés se convirtió en la tercera víctima consecutiva en casa de un Zaragoza que progresa adecuadamente. El equipo, al fin, transmite orden y concierto. Sabe a lo que juega. Y eso es gloria bendita para una escuadra que deambulaba hace cuatro días sin alma ni identidad. Casi un año (desde el 25 de enero del 2020) llevaba el Zaragoza sin enlazar tres triunfos consecutivos en La Romareda. Es ahí, en casa, donde ha de cimentarse su propia reconstrucción. Ahí, en ese hogar donde por fin se está a gusto. Con Filomena o sin ella.

Este Zaragoza es otro, sí, pero convendría no ocultar en esa mejoría las evidentes carencias que siguen poniendo en serio peligro a un equipo que necesita mil disparos para dar en el blanco y al que no le sobra de nada y le faltan fichajes. Pero, al menos, la vida tiene otro color para un conjunto que ha ganado en confianza con JIM a través de una seguridad defensiva que le ha llevado a cerrar la puerta de Cristian en esos tres últimos duelos en La Romareda.

La fórmula la conocen de memoria los acostumbrados a luchar por seguir vivo. Y en eso está un Zaragoza que crece al ritmo que marcan sus niños, mentiroso término para definir a dos hombres de tomo y lomo. Francho y Francés solo necesitaban continuidad para demostrar que son titulares indiscutibles. Porque son los que menos se equivocan en su puesto, porque no paran de progresar y porque han acabado con toda competencia. No hay nadie mejor que dos canteranos que llevan al Zaragoza de vuelta a casa.