El Huesca puede estar contento con una victoria que le saca de las cavernas de los resultados negativos, pero debe reservarse el estado de la felicidad puesto que de Almendralejo salió vivo porque quisieron Álvaro Fernández, su portero, y un Josué Sá soberano por tierra mar y aire. El equipo de Míchel recuperó su esencia de gourmet en una primera parte en la que Juan Carlos, por fin, Sergio Gómez, Eugeni y Ferreiro compusieron un fútbol trufado de exquisiteces y verticalidad. El gol llegó por donde siempre, el ataque de la segunda línea con toque, velocidad y precisión. Okazaki, que pasó por el campo sin gloria ni balón que llevarse al pie, y más tarde Escriche, que se marchó cojo después de fallar una ocasión preciosa solo ante Casto, son delanteros de perfil militar y poco más. Míchel sigue teniendo un problema que la dirección deportiva debería solucionárselo en el mercado de invierno. Hasta esas puertas de compraventa o cesión ha de presentarse lo más arriba posible. Marque quien marque. A ser posible, sin sufrir como un nazareno, lo que le ocurrió durante toda la segunda mitad.

Le salieron hasta llagas en los pies y en la cabeza al equipo oscense de despejar frente al empuje de un Extremadura valiente, fornido y profundo que se avalanzó voraz contra su infortunio. El Huesca había rematado una vez como perfecto colofón a una serie de contragolpes lúcidos de Juan Carlos, Ferreiro y Sergio Gómez. El encuentro recuperaba la identidad perfumada del Huesca en ese centro del campo de dandies en el que esta vez faltó Mikel Rico por decisión técnica. Se escuchaba música de violín pero el Extremadura enmudeció por completo el instrumento de cuerda del equipo azulgrana e hizo sonar su tambor sin cesar. Regresó del descanso con pintura de guerra y Zarfino capitaneando un asedio total.

El Huesca, acongojado, se refugió en Fort Apache. Desaparecieron casi todos, menos el guardameta y los centrales, quienes asumieron la responsabilidad de defender la ventaja. El recital de Álvaro Fernández acarició la excelencia con intervenciones de todos los colores. El Extremadura, donde estuvo cedido por el Mónaco antes de recalar en El Alcoraz, le puso a prueba con balas, misiles y granadas de mano. Por abajo y por arriba, con manos y piernas, el arquero tiró de repertorio felino. Por delante, el acompañaron Pulido, un fiel e intachable defensor, y Josué Sá, que cada minuto que pasa demuestra que en el Huesca está disfrutando de su mejor versión. El portugués, con una enorme capacidad para saber estar e intervenir, limpió el cielo de los cazas que el Extremadura envió para bombardear el área del conjunto azulgrana.

Ese desarrollo del partido hubiera hecho las delicias del coronel Kilgore: "¿Hueles eso? ¿Lo hueles muchacho? Es napalm. Nada en el mundo huele así. ¡Qué delicia oler napalm por la mañana!"... El Huesca surfeó por Vietnam con el gol de Juan Carlos pero jugó demasiado con fuego. Ganó, pero no, no ha resuelto todos sus problemas.