Lleva un tiempo el Huesca, demasiado, cayendo en las segundas partes como una piedra de canto rodado. Incluso cuando gana. Le sujeta siempre una defensa inmaculada en sus centrales, y la fe de El Alcoraz, que le presta combustible para las últimas y agónicas vueltas al circuito. Lejos de casa, como ocurrió en Cádiz, quiere y logra imponer durante mucho minutos su talento, su personalidad, esas interminables asociaciones colectivas que enamoran a los puristas de la posesión. Lo cierto es que juega muy bien a la pelota, pero... ¿y al fútbol? Esa cuestión está por resolver ya que entraña muchos más conceptos e implica a una plantilla donde apenas deben detectarse fisuras en todas las líneas, y el conjunto de Michel tiene abierta una grieta descomunal en ataque. Okazaki la resolvió contra el Girona y antes lo hicieron el lesionado Raba y el guadianesco Juan Carlos. Se presenta muchas veces en la orilla con cara de malo y allí entierra sus amenazas y su hacha de guerra.

El Cádiz no es un líder cualquiera, y supo cuándo sufrir y cuándo desmontar la pasarela del Huesca. Cervera maneja a su equipo con un joystick y con un programa diseñado con su innegociable placer por competir. Muerde el lateral y muerde el ariete, y espera sin urgencias para, en el instante adecuado, activar el botón nuclear: todos se disparan al contragolpe con verticalidad y profundidad, como una bomba. La primera parte de Juan Carlos, Sergio Gómez, Eugeni, Galán e incluso Rico, quien poco a poco perdió la orientación, tuvo al Carranza con el corazón en un puño. El derroche de paredes en posesiones interminables y deliciosas mostraron con fidelidad el espíritu de este equipo tan bonito de ver. Pero le falta la herradura en el guante, justo lo que le sobra a los andaluces.

El gol de Lozano, que se fraguó en dos toques desde Alejo hasta el hondureño por el pasillo central, fue más que un gol. Porque el Huesca no sabe cómo comportarse a contracorriente, con el marcador en contra, otro de sus problemas mayúsculos. El partido se convirtió en una auténtica sangría. De nada sirvió que ingresaran Cristo, Mosquera e Ivi al campo. Pérdidas no forzadas en posiciones de peligro; decisiones desafortunadas en corto y en cambios de orientación imprecisos y ni una sola noticia de Okazaki. Se abrió el campo como un melón para un Cádiz en forma de navaja. Donde antes sonaban violines celestiales, se escucharon toques de campana a funeral. Atribulado, pálido, con pinta de equipo pequeño, el Huesca jugó muy mal a todo cuando antes del descanso lo había hecho de maravilla. El fútbol es otra cosa. Por lo menos el de los aspirantes al ascenso.