El teléfono no sonó. Hacía ya unos días que había hecho las pruebas, pero nada. Fueron dos partidillos entre alevines venidos de toda la ciudad. Jaime, su padre, el que siempre está ahí, le decía que no se impacientase. Como se lo dice ahora después de cada derrota. Todo llega si tiene que llegar. Hasta la permanencia. El pequeño Gonzalo miraba por la ventana y veía levantarse la sombra de esas torres, aquellas que alejaban su sueño. Desde Pinar de Chamartín, su barrio, estaba a tiro de balonazo la Ciudad Deportiva, esa que entonces se hicieron ruinas para elevar los cimientos de la Galaxia. Gonzalo Melero soñaba desde muy chico con vestir la camiseta blanca, la del su querido Real Madrid. La llamada no llegó. Entonces.

Siguió cruzando la Castellana para ir a entrenar al Zona Norte, son sus amigos del cole, con esos que aún queda cuando baja a la capi. Los orígenes nunca se olvidan. Lejos de esos estadios de Primera donde hoy el nombre de Melero es conocido bajo la camiseta azulgrana, paradojas de la vida, del Huesca. Una temporada de oro siendo alevín, pero jugando ya en fútbol once hizo que esta vez sí sonara la ilusión. «Hice las pruebas, pero no me seleccionaron. Se fijaron en mí por el rendimiento en la Liga. Desde muy pequeño ya siguen a jugadores para incorporarse y ese año yo jugué contra ellos. Estuve en el Madrid diez años y medio».

La piqueta ya había hecho de las suyas y el pequeño ya no pudo saber lo que era pisar la antigua Ciudad Deportiva, esa que le quedaba a dos palmos de casa. «El primer año de transición entrenábamos en Alcobendas y luego ya inauguramos Valdebebas», recuerda ahora con 24 años, 25 el próximo 2 de enero. El primer día de entrenamiento ya se juntó con Raúl, Cristian y Álvaro. Juntos hicieron todo el recorrido desde ese alevín B al Castilla. «Con Raúl de Tomás, delantero del Rayo, Álvaro Herrero, portero del Oviedo, y Cristian Benavente, que juega en el Charleroi belga, coincidí todos los años». Un aprendizaje deportivo y vital de la mano de entrenadores como Pepe Fernández, Manolo Díaz, Ramis, José Aurelio Gay o el mismísimo Zinedine Zidane.

Una lesión en cadete le apartó ocho meses de los campos, una lección que no olvida y que se ha ido repitiendo estas semanas de baja por pubalgia: «Ocho meses en una carrera no son una eternidad. Me centré en que no sufriera secuelas. Aprendes mucho cuando no estás en el campo, y percibes cosas que no tienes en cuenta cuando todo va bien».

Melero volvió con más fuerza. Campeón de España juvenil y ascenso al Castilla en dos años bajo las órdenes de un novel Zinedine Zidane. Sin embargo, el francés no confió en él y, pese a sus promesas de apoyo, Melero vio que su etapa en el Madrid se acababa. Marchó hacia la Ponferradina. «No estaba jugando mucho y al final sabía que antes o después debía salir del Madrid para continuar mi carrera deportiva. No tenía miedo de mirar para atrás».

Dos años en el Bierzo, con un doloroso descenso a Segunda B, le abren las puertas del Huesca como difícil sustituto de Samu Saiz como ese medio todoterreno que han comparado con Lampard. Y la confirmación el año pasado, con el ascenso, la capitanía y 17 goles, una marca que nunca había igualado. «Fue el buen momento del equipo y personal, jugué más adelantado y el sistema de juego me favorecía. También metía los penaltis», acentúa como factores de esa productividad este admirador de Xavi Hernández, Xabi Alonso, Santi Cazorla y Modric, al que se midió en la última jornada.

Gonzalo Melero juega el domingo una nueva final para un Huesca en Primera, pero colista. Y contra ese equipo, el Villarreal, el que hace unos meses firmó un pacto preferencial para optar a su fichaje este verano. Getafe y Espanyol ya lo rastrearon. «Lo voy a plantear como un equipo más, con unas ganas tremendas por que Huesca gane», asiente. Recuperar el camino perdido por la lesión y ayudar al Huesca a salvarse, con su juego de recorrido y sus tantos en llegada. Autor del primer gol en Primera del Huesca en El Alcoraz, esa única vez que se señaló la sien, en ese gesto que le ha hecho famoso. «Hago ese gesto porque se lo vi a Wawrinka, el tenista», afirma este chico que también le da al tenis y, menos, al baloncesto: «Suelo ir al Peñas a menudo y antes al Madrid. El baloncesto me parece casi más divertido para ver que el fútbol».

Estudiante de ADE, sigue la carrera a su ritmo, aunque compatibilizarlo con el fútbol profesional no es fácil. «Como este año vivo en Zaragoza me pilla muy cerca y mi idea es continuar. Me voy a esforzar. Tiempo tenemos, la cuestión es organizarse y tener fuerza de voluntad», añade este futbolista cuyo lema llevó como canterano en sus espinilleras: ‘O comes o te comen’. Tiburón o pez.

Superada la pubalgia, el ‘8’ heredado de su padre, campeón de Europa con el Interviú de fútbol sala, compañero del mito Carosini («es mi gran ídolo. el que me ha enseñado todo, el que me ha educado, el que me sigue siempre, con el que comparto todas las cosas»), afronta el reto de la permanencia confiado en sus compañeros, en su familia, en su Huesca. «Estoy convencido porque conozco a mis compañeros. El equipo compite siempre. Tenemos que cambiar cosas, pero poco a poco se ve una progresión y a la mínima de que consigamos un par de resultados positivos vamos a salir». Y con él suena más creíble.