El Huesca saltó al tapete de Primera División sin complejos. Parecían totalmente desinhibidos, como si la inédita exigencia que envolvía su debut no les afectase en ningún aspecto. Desde el primer momento se desenvolvieron mediante un desparpajo grácil, con una puesta en escena que evocaba a aquellos encuentros tan llamativos que protagonizaron durante el curso pasado. Fue el estreno soñado en la máxima categoría para la escuadra oscense con un triunfo centelleante en Ipurua; el estadio de los creyentes.

Ipurua se ha convertido en todo un símbolo del fútbol añejo en la Liga de las estrellas. Un club castizo dentro del máximo glamour. Se trata del ejemplo perfecto de que resulta posible codearse entre los mejores desde la humildad propia de un club tradicional y perteneciente a una población pequeña. Unos ingredientes que comparte el Huesca, con una gestión que ha seguido los pasos de la entidad armera en su crecimiento dentro del fútbol español. Fue un choque entre homónimos del barro, pero esta vez el pionero fue derrotado con muchas de sus armas.

Mendilibar ha forjado un Eibar reconocible. No quieren que sus rivales jueguen. Tratan de llevar la contienda a su terreno; encierran y ahogan a su rival con una presión alta y agresiva. «Son un equipo valiente», reconoció Ernesto Valverde el curso pasado. El Huesca tumbó su habitual sobriedad en su feudo con un fulgurante estilo directo. Primero con un balazo de Álex Gallar, tras una conducción envenenada —con la permisividad de la defensa eibarresa— hacia el corazón del área. Arbilla quedó congelado ante el movimiento decisivo del catalán, después proyectó un derechazo directo para la historia. El segundo tanto fue a balón parado —cuantos tantos se han visto así en ese campo—, otra vez obra de Gallar. La valentía oscense fue un vendaval.

La parcela visitante del luminoso armero pudo haber tenido una cifra superior —un par de dígitos más—, pero la falta de efectividad en los momentos decisivos frenó un resultado aplastante. Fue la primera vez para todo, incluso para los tantos en contra, un honor fruto de Escalante, que le marcó el primer gol a los azulgranas en la máxima categoría. También hubo momentos para experimentar el sufrimiento. Lo que supone tener que resistir en Primera y ante un rival que consigue irritar a sus oponentes.

El Huesca se mantuvo en pie, demostrando que la valentía no solo se tiene en fase ofensiva, también sabiendo replegar cuando el rival acosa con sus acometidas. Fue una prueba de madurez en un inicio que podía resultar incierta, lo normal ante un equipo que se estrena. Pero resultó plenamente satisfactoria.

La unión en primera / Lo dijo Leo Franco: «Tenemos que ser una familia». Una filosofía que gira en torno al sacrificio colectivo, a lo coral antes de cualquier talento personal. Es el arma principal que el Huesca tiene que exhibir en la máxima categoría. Un adagio que comparten todos los equipos de su corte. Tanto Girona, Leganés o Eibar se han guiado por esa ideología en su inicio. Fortalecerse mediante el bloque que les llevó a Primera.

El Huesca ha renovado su plantilla, quizás con más cambios que los equipos ya mencionados, pero la esencia se mantiene intacta. Los primeros espadas siguen, un aspecto que resulta elemental para afrontar este año tan decisivo para los planes de futuro del club oscense. En Ipurua se apreciaron esos matices, con Álex Gallar continuando la línea ascendente del curso pasado, el Cucho Hernández mostrando sus dientes de leche afilados o Gonzalo Melero, un futbolista que llena. Lo abarca todo. Juegan como se les intuía durante aquellas fantásticas tardes de fútbol durante el curso pasado en Segunda División.

La valentía del Huesca fue propia de un equipo que conoce su capacidad. Con jugadores hambrientos, todavía sedientos de éxito, ya que no tuvieron suficiente con lo que consiguieron el anterior año. Ipurua no es territorio sencillo. No se va con puntos cualquiera, y menos habitual es mostrar una superioridad feroz durante tantos minutos ante ese equipo y en su cobijo. Los de Leo Franco estuvieron brillantes sin el balón, incomodaron al Eibar con muchas de sus armas y arrancaron los tres puntos de un lugar que fastidia a cualquiera. Sin duda fue el inicio soñado, un premio al coraje de un Huesca intrépido y sin complejos.