Con el permiso del almirante Jorge Pulido, me quedo con David Ferreiro como el jugador más valioso en el ascenso de la SD Huesca. Sin atender a sus estadísticas personales, donde sobresale como segundo mejor asistente del campeonato, en el fútbol coral del conjunto de Míchel, este solista incombustible y altruista ha dotado al equipo de personalidad a pleno sol y en los túneles más sombríos. La vida nómada por carreteras secundarias y un espíritu sindical forjó un profesional para las cuatro estaciones que ha florecido en El Alcoraz. Si ves cualquier encuentro del equipo altoaragonés, la mayoría de las tomas captan al gallego, cuya ingente capacidad para el trabajo estajanovista se trufaba con el desparpajo de los valientes y con una sobresaliente capacidad interpretativa.

Listo, pícaro, inteligente. Mediofondista de ida y vuelta con alerones de esprinter casual, cuando el balón quemaba, Ferreiro desafiaba a las llamas para rescatarlo, recuperarlo, cederlo en cortito o en largo, con precisos cambios de orientación o sabias pausas bajo el volcán. Sin duda pertenece a la estirpe de los tipos hechos a sí mismos por el que todo entrenador empeñaría un riñón por tenerlo a su lado. Míchel, el Huesca, ha sido muy afortunado. Porque el centrocampista, a sus 32 años, se ha presentado en todos los campos de batalla con fidelidad poliédrica así fuera volante, extremo, mediapunta, delantero, lateral... A pierna cambiada y a pierna natural. Cruzando líneas enemigas y sorteando alambradas de espino en vertical y diagonal a pecho descubierto.

Con una impagable virtud para descifrar lo que necesitaba cada compañero y esos maravillosos capotazos en las esquinas del estadio para centrar tenso y preciso después de haber dejado al defensa con el cuello enroscado en el dorsal. Nunca rendido aun con la lanza del agotamiento atravesándole el pecho, siempre dispuesto a prestar su corazón en la riqueza y en la pobreza, en la salud y en la enfermedad. Hasta alcanzar un ascenso que encumbra al futbolista verdadero.