El Huesca lo tiene casi todo para llevarse por delante a cualquier equipo de Segunda. Fuera de casa adopta una política conservadora, de pactos y treguas que no le convienen, sobre todo cuando en una de las cláusulas estratégicas figura la cesión del balón. Sin la pelota reduce su potencial de una forma considerable, pero lo hace siguiendo el patrón tradicional de que como visitante hay que comportarse con precaución. Especular le sienta muy mal, y mucho más entregar el protagonismo a sus rivales cuando dispone de una orquesta trufada de artistas del diseño y la ejecución. Contra el Real Oviedo, como siempre en El Alcoraz, se presentó sin máscaras, con la pintura de guerra que le distingue, un fútbol de detalles exquisitos que borraron del mapa al conjunto asturiano pese a que opuso cierta resistencia y riñó la posesión del esférico durante largos tramos del encuentro. Resolvió el compromiso con tres pinceladas, sin necesidad derrochar más que de lo necesario, que se traduce en desplegar la calidad en el momento exacto que lo exige el guión.

Míchel debería educar cuanto antes a su equipo en ambiciones mayores. Lo que sucede en El Alcoraz no puede quedarse en El Alcoraz. Necesita, para aumentar sus y alta dosis de convencimiento y capacidades, manifestarse con mayor autoridad en los desplazamientos. Verle sacar el balón desde atrás es una delicia, con dibujos y triangulaciones a toda velocidad que provocan el caos en los enemigos y, en no pocas ocasiones, largas hibernaciones, muy típicas cuando se concentra tanta creatividad. Le sigue faltando ese ariete de referencia, papel que interpreta Okazaki con mucha dignidad, lejos del clasicismo del futbolista finalizador aunque con el nervio de un huracán enrabietado. El japonés aprieta sus dientes y desencaja las mandíbulas de sus marcadores, facilitando así la liberación de la segunda línea. De esa forma, el conjunto altoaragonés mira hacia arriba.

El encuentro tuvo picos de rendimiento. No así el favor de las musas, que se decantaron a favor del Huesca en cuanto se puso a componer pases a la espalda de la defensa del Oviedo. Que Pulido ofrezca una asistencia limpia de polvo y paja desde su posición de central lo explica todo. Vio el pasillo y por él a Raba, cuya zurda aún demasiado intermitente es un regalo. Que Cristo emule a George Best superando rivales como si fueran conos, habla de lo repartido que están las prestaciones imaginativas del conjunto altoaragonés. Si además llega Mikel Rico como Thor para firmar con su martillo las obras de arte inacabadas, no hay nadie que lo resista. El Huesca es pura fantasía en la sala de exposiciones de El Alcoraz. Solo le falta dar el salto definitivo a escaparates menos cálidos, reconocerse de una vez igual de poderoso juegue en el hogar o en atmósferas hostiles.