La SD Huesca le cedió la bombilla del partido a la Real Sociedad pero le cortó el suministro de luz sin misericordia. Llevó el encuentro a un cuarto oscuro, a un enjambre defensivo imposible para los donostiarras, que no generaron una sola ocasión clara en todo el choque pese a ser propietarios abusivos del balón. Con esa estrategia secó a su rival y contó con dos oportunidades, las mejores, para adelantarse en el marcador en un remate al poste del debutante Yangel Hernández y en un disparo zurdo de Cucho que Rulli desvió con la yema del guante. El conjunto de Francisco lucha contra lo imposible y lo hace con dignidad y en esta cita con un planteamiento elogiable. Sin embargo, ese punto sin haber encajado un gol por primera vez este curso, no es suficiente recompensa para el ingente misión que persigue. Sube su autoestima con un resultado de incompleta felicidad.

El equipo altoaragonés necesitaría triunfos a dos manos para conservar la categoría. Podría dejarse llevar por el oleaje de la desesperación u optar por presentar batalla. Por vivir el día a día. Ha elegido el segundo camino, el de no mirar atrás y reconstruirse cada fin de semana con la mirada puesta en sí mismo. Hay partidos que esa propuesta no le da mucho de sí y hay encuentros como el de Anoeta en el que saca réditos del orgullo profesional y una capacidad de alto rango para competir con las armas que tiene. A la Real le amargó la tarde de principio a fin y no por aglomeración sino con una emboscada perfecta. Escalonamiento, presión, anticipación, contundencia, ayudas y altruismo en el esfuerzo elevaron una muralla inteligente, coordinada, feroz, infranqueable por dentro y por fuera. Brillante en definitiva.

La primera línea de tres centrales y dos laterales muy metidos funcionó como un reloj suizo. Ni Theo Hernández en el arranque ni Januzaj como recurso desequilibrante en la recta final consiguieron saltar los puestos de control de Miramón y Akapo, custodiados por Insúa, Pulido y Etxeita. En esa red cayeron Willian José, Sandro, Oyarzabal y Juanmi. Sus compañeros, sin capacidad para hallarlos, movieron el balón en horizontal, impotentes para descubrir un pasillo. En ese territorio hóstil para el creativo se asfixiaron Illarramendi y Mikel Merino, acongojados por el torniquete de Yangel Hernández, Moi Gómez y Rivera, rescatados en caso de apuros por el desgaste en las colaboraciones de Cucho y Enric Gallego. Tan metidos en el papel de soldados de retaguardia, los futbolistas del Huesca apenas tuvieron la pelota y sus apariciones en el área de Rulli fueron escasas. Con todo, mereció marcar en el par de ocasiones que se le presentaron. Si lo hubiera hecho, sin duda habría vencido sin derecho a réplica de los donostiarras.

El Huesca le dio al interruptor finalizado el choque. Y reclamó su derecho a sentirse iluminado pese a la legión de sombras que le persigue en la clasificación. Fue un equipo de Primera con todas las de la ley aunque arrastre una dura condena.