El Alcoraz asistió a un partido de fútbol de otra época, a un encuentro de los que enamoran al margen de que el resultado se clave como un puñal en el corazón, un empate que aleja, ya demasiado, al Huesca de la salvación. Si en el Santiago Bernabéu no pudo con Benzema, esta vez tampoco supo el equipo de Francisco cómo desactivar a Iago Aspas, arquitecto del Celta para sumar un punto cuando se creía con los tres. Aun así, pese a la influencia del punta gallego en todos los tantos celestes, los azulgrana ofrecieron una segunda parte de puro espectáculo, respondido por el contragolpe exquisito de un rival que solo sabe jugar en ese tipo de toboganes emocionales. Fue un pulso pasional, de estilos antagónicos pero hermanados por la búsqueda incesante y loca de una victoria que se quedó en el aire para castigo del Huesca después de remontar un 0-2. Después de fallar Enric Gallego el gol del triunfo en la penúltima acción, cuando se descorchaban la alegría y la catarsis en El Alcoraz.

El Huesca se dejó manejar en la primera mitad, acelerado, hiperventilado, rendido al bordado de futbolistas que llevan aguja fina en el pie, que cosen y combinan con limpieza bajo la tutela de Iago Aspas. El capitán del Celta centró para la llegada libre de Brais Méndez, que tocó dentro de la red sin oposición alguna. Francisco movió pieza y metió rápido en el campo a Ferreiro por Musto para buscar profundidad, compromiso y agilidad ofensiva. Lo logró el técnico, pero Aspas, ya en la segunda parte, se encargó de silenciar cualquier apuesta con una diana de la casa, todo precisión en su zurda de oro. El 0-2 apagó las luces en el alma del estadio, pero no en el corazón del Cucho, el Chimy, Ferreiro... De nadie. Lo que antes era desesperación se tornó en una arrebatadora reacción, en la confluencia de futbolistas creyentes, guiados por una luz que solo ellos podían ver al final del túnel. Con un Ferreiro en éxtasis centradora.

Acortó distancias Enric Gallego casi en su primera intervención. Venían diez minutos de incendio, con un Celta incapaz de sofocarlo, ardiendo bajo un aplastamiento sobrehumano, con su portero, Rubén Blanco, volando por todos los rincones de la portería incluso en un doble disparo de Chimy. Los celestes intentaban despojarse de esa angustia y lo conseguían con contragolpes afilados que amenazaban siempre. Pero el Chimy igualó el encuentro con un remate extraído de su incombustible sentido de la pelea suburbana, entre miles de piernas, obcecado en que ese remate era suyo. Y lo fue. Sin apenas aliento para la celebración, entre Mantovani y Pulido fabricaron el 3-2 y el cielo se vino abajo. Literal. Magnífico.

El cuento de hadas, sin embargo, se derrumbó como un castillo de naipes. El sueño se hizo pesadilla en una internada de Aspas, que dio --nunca mejor dicho-- el pase de la muerte a Boudebouz para firmar un empate que dejó sangre en el área oscense. Se cortó el aire y la respiración de El Alcoraz, pero no la ilusión, sin apenas tiempo y con las piernas agotadas. Gallego puso mal la bota en una asistencia del Cucho y le pasó por debajo la victoria. Rubén Blanco se exhibió con otro paradón a remate de Gallego en el 94. Punto final de un partido maravilloso, posiblemente de la bonita historia de esta aventura por las estrellas. El Huesca murió de amor contra el Celta. Precioso sacrificio.