Una corriente fría, heladora, congeló ayer el alma de El Alcoraz, de Huesca y provincia. Cuando el corazón latía caliente enamorado de la belleza de esa primera victoria en casa, viendo ese beso deseado, una ráfaga asesina, inmerecida e injusta dejó planchado a un equipo que jugó como nunca y perdió puntos como siempre. Una acción aislada, de las pocas en todo el partido que supo amasar un Getafe ramplón, perpetró un golpe certero de impotencia al Huesca y su deseosa afición, que vio cómo se le escapaban entre el hueco de los dedos un triunfo que mereció por juego, ambición y oportunidades. Pero llegó Jorge Molina, uno de los delanteros que se tanteó en verano desde el club oscense, de esos que te cambió un melón por oro, de esos que ahora se echan tanto en falta, y controló una pelota en el área en el minuto 91. Como si fuera Granger Hall, jugó de espaldas, se giró ante la flojera de Pulido y cruzó un tiro que se coló certero ante la mirada de Jovanovic y se depositó en el alma de toda una ciudad y provincia. Frío, helado. Mortal.

Sigue el Huesca mandando buenas sensaciones, generando más oportunidades (18 remates y 7 entre los palos), controlando los partidos, siendo incisivo, valiente, reduciendo sus errores, mostrándose ambicioso y jugando un fútbol de mayor decoración… pero sigue sin meter los goles necesarios y llorando los puntos perdidos en su inexperto estreno en Primera. Otra vez le faltaron hechuras para rematar la faena. Culpa la tiene David Soria, ese portero que paró varios 2-0, un posible despiste del VAR que no señaló un más que probable penalti a Akapo y la indefensa puntería de los delanteros azulgranas. Ayer volvió a marcar un central. El cabreo del Cucho al ser cambiado y su enfrentamiento con Francisco, al que el técnico restó importancia, puede ser fruto de esta impotencia.

No le queda otra al Huesca que levantarse orgulloso, mantener esta línea de juego que puede guiarle al camino del triunfo, no desconsolarse con el terreno perdido, esperar las recuperaciones de Melero y Chimy y el fichaje de un delantero en invierno que hace falta más que el comer. Pero hasta entonces, su único clavo es seguir mejorando, seguir peleando y seguir confiando en un entrenador, Francisco, aunque sigue sin ganar (dos empates en tres partidos) maneja al equipo con otro tiento, con otro mensaje. Hay que confiar, aunque duela.

La puerta del triunfo aún no se ha abierto, pero se ha encontrado la llave. Repitió el ‘mister’ el cuadro con el que dio buenas pinceladas en Sevilla. La apuesta por tres centrales escondía una mentirijilla astuta y la cura del precario factor psicológico, ese tan esencial para la recuperación necesaria de un equipo bajo en autoestima. Tener cubiertas las doloridas espaldas cargadas de goles, alentaba la ligereza del ataque, la proyección ofensiva de los laterales, con un kilométrico Akapo, y propiciar un chuté de fe encarando la presión y reduciendo errores en la creación. Porque cuando el Getafe alquilaba la pelota se configuraba en un 5-4-1 conservador que mutaba al valiente 3-4-3 cuando viraba la posesión. Apoderado de la pelota, como ante el Espanyol, envalentonado en la marca adelantada, se conseguía de esta forma que el Getafe no pudiera enhebrar sus peligrosos contraataques. Escondido en su cueva, pero sin espacios ni posibilidades de trincar alguna oportunidad que llevarse a la boca, el octavo de la Liga se convirtió en un rival controlado, pequeñito, irreconocible en ese visitante asesino que había cazado en Sevilla y Vallecas.

Calibrada la maquinaria, se percibió al Huesca ganador en Eibar. Las señas eran claras. Salidas eléctricas hacia área rival, pases directos, preferiblemente a la espalda y diente afilado para aprovechar los descuidos del Getafe. En una de estas, en el arte del oportunismo, Gürler aceleró más que los centrales para dirigir un balón que caía como mecido del cielo al arco de David Soria. Solo la intervención de Cabrera, o la de su cuerpo, forzó que el tiro del turco fuera interceptado en el área chica y enviado a córner.

La movilidad de Ferreiro, con buenos combinaciones con un Akapo más suelto, obvio teniendo tres tiarrones protegiendo el espacio atrás, propiciaron oportunidades, aunque no fue el Cucho hacia la media hora cuando se ejecutó el primer lanzamiento entre los tres palos. Antes y un poco después, el propio Ferreiro, Musto o Gürler lo intentaron desde lanzamiento lejanos en aproximación o rechace.

El Huesca desgastó los mejores minutos de la temporada y engrasó lo que vendría después hasta el mazazo de Jorge Molina. La salida desde el vestuario fue devastadora para los intereses del Getafe. Afilados los cuchillos, con sed de gloria, se elevó la figura de un mallo. El capitán, oh, mi capitán, Etxeita se disfrazó de delantero en la noche de almetas. El chico de Amorebieta avisó en el bote de una falta, pero fue a la segunda cuando la coló entre los palos. El consiguiente córner le propició una segunda bala que esta vez no se encasquilló. La gloria. Un gol que adelantaba al Huesca, algo que no se había conseguido aún en El Alcoraz. El final del maleficio.

Pero le faltó firmar el 2-0 para no tener que lamentar, como luego lamento, su maldita suerte. Lo tuvo y lo tuvo bien cerquita. Otra tercera oportunidad, también para Etxeita y también a balón parado, fue amarrada por un David Soria que se encumbró como un pedazo de portero y aún tuvo otra inmaculada en un mano a mano con Ferreiro. Poco después, una cabalgada de Akapo terminó quebrado en el área, con el árbitro bien cerquita. Ni él ojo humano ni el del vídeo concedieron un penalti que sí vieron los 6.300 pares de retinas que circundaban el campo. Esta vez el VAR fue un castigo.

Verse tan cerca fue la condena del Huesca. Echado para atrás, sin que los cambios le dieran oxígeno, un Getafe aletargado empezó a irse para arriba porque los locales se lo concedieron no por merecimiento. La tablilla hizo tragar saliva. Saliva con aroma a cicuta. Cinco minutos de prolongación. Suficientes para que apareciera Jorge Molina, se diera la vuelta y asesinase toda esperanza de victoria. Demasiado doloroso. Demasiado cruel. Demasiado real.