Buscar soluciones es una de las obligaciones en el contrato moral de un profesional. Cuando las cosas no van como uno quiere hay que encontrar las alternativas para enderezar este camino curvo. Míchel Sánchez lleva con el mapa táctico entre las manos rastreando el alcorce que le haga llegar a la victoria deseada. En las dos últimas jornadas le ha dado un viraje a su estilo que, más que ir para mejor, ha reducido sus capacidades ofensivas. Un proceso que necesitará un tiempo que quizá el técnico madrileño ya no tenga si no median triunfos en los dos primeros partidos.

El Huesca subió queriendo la pelota. Esta apuesta fue su presentación en los primeros partidos de Liga, en aquellos que recibía más halagos que puntos, donde las buenas sensaciones presagiaban augurios de permanencia. Ante el Osasuna y contra el Sevilla se ha cambiado de tendencia, cediendo, por empuje adverso o por predisposición propia, la posesión, persiguiendo el fallo ajeno antes que la creatividad propia en ataque, presionando arriba y achicando líneas en defensa. La conclusión es un equipo que empequeñece su esencia, la mueve y remata menos, al que le llegan mucho más y no conquista la victoria perseguida.

Este viraje no es nuevo, pero sí se ha consolidado como principal argumento. Surgió como efectivo en la primera parte en El Sadar, donde un gol tempranero de Sandro intuía la transformación de la suerte. Elevar la presión, perseguir el robo en tres cuartas partes del campo y conducir rápidamente balones a las espaldas de los defensas son los nuevos argumentos para paliar la inconsistente puntería y los centros baldíos. El centro del campo, sobre todo Mosquera, ha perdido presencia, aunque sigue siendo el quinto mayor pasador de la Liga, para recorrer los metros hasta la portería con menos combinaciones.

La estrategia no ha tenido la consistencia esperada ni en la segunda parte en Pamplona, donde el empuje del Osasuna arrasó hasta el empate, y ante el Sevilla, donde el dominio hispalense fue notorio y manifiesto, aunque es verdad que estéril hasta los minutos finales.

El Huesca completó únicamente 185 pases ante el Sevilla y obtuvo un 32% de la posesión, la peor cifra en toda la temporada ante un enemigo que prefiere ser protagonista. Con el Osasuna se quedó en 290 (45%), aunque estos números se reducen si se miran solo tras el descanso. Únicamente en el partido inaugural ante el Villarreal (210, 34%) y ante el Atlético (272, 37%), dos de los principales conjuntos de la categoría, se cedió tanto espacio, pero se logró un meritorio empate y se llegó más (19 tiros).

Pero en las últimas dos jornadas se le ha dado la vuelta a este balance. El Huesca solo ha rematado 11 veces y ha recibido 34. Míchel permutó como central a Insua por Pulido tras las goleadas previsibles frente a la Real Sociedad (4-1) y el Real Madrid (4-1), donde se intentó tutear a ambos rivales, pero no ha cortado la racha de seis jornadas encajando al menos un tanto. Ante el Sevilla trazó una nueva línea de tres medios (Seoane, Mosquera y Mikel Rico), avivando la presión y los obstáculos en la parte ancha, desdibujando la banda derecha, la menos productiva hasta el momento. Solo construyó una oportunidad de gol verdadera, la fallada garrafalmente por Sandro, y se quedó sin marcar después de seis semanas, perdiendo y cayendo a la última posición de la tabla clasificatoria.

Esta configuración choca con la predisposición hacia el dominio por la que ha optado el Huesca cuando se ha medido a rivales de su talla. Contra el Cádiz (0-2), en Elche (0-0), frente al Valladolid (2-2) y el Eibar (1-1), se ha atrapado la pelota y se han generado muchas más ocasiones. Salvo en la derrota ante el agazapado Cádiz (5 remates para un 71% de posesión), en el resto la falta de puntería fue la condena (44 remates en los otros tres partidos frente a 15). Esta misma dinámica se repitió en Mestalla en el empate (1-1) frente al Valencia (52% de posesión y 17 remates frente a 5). ¿Qué versión del Huesca se verá este domingo en Granada? La respuesta la tiene Míchel. No el tiempo.