Ninguna defunción es justa. Todos los obituarios reflejan la belleza del cadáver y la bonhomía del fallecido. Nunca escucharéis palabras groseras o negros calificativos en un funeral, todo son alabanzas y epítetos hacia el malogrado. No nos atreveremos en esta crónica a escribir renglones torcidos por el peso de la crítica en la despedida del Huesca de Primera. Sería inmerecido, no por las insultantes formas del peor de los suicidios, sino por honrar hasta el punto y final la celebración de un sueño que ha durado 36 jornadas y que nadie hubiera imaginado hace años. Tampoco lo hizo El Alcoraz. No lo merece ni esto. Mejor recordar esta temporada con sus mejores fotografías, esos viajes al Nou Camp y al Bernabéu, los golazos del Chimy, la reacción en febrero gracias a Francisco, el pundonor, la rasmia y el no reblar… lo que quieran, menos la vergüenza de un entierro donde no se presentó ni el muerto.

No es justo pronunciarse con un equipo que lo ha dado todo para no llegar a este final, un equipo que se reunió en el centro del campo abatido, con jugadores llorando, escondiendo su rostro enjugado en lágrimas, impotente por lo que había ocurrido ayer por la noche y durante la temporada. Un Huesca que se fue ovacionado y aplaudido, pese a todo. Por todo. Por todos. Por ese Chimy Ávila, hundido, con El Alcoraz vaciado, sentado en el centro, solo, pensativo y jodido, mientras fuera aún se escuchaba eso del ‘a Primera volveremos otra vez’.

Quizá esa ha sido la primera palada de arena que se echó sobre encima este proyecto, desde el minuto siguiente al ascenso en Lugo, al asimilar esta temporada como algo increíble, glorioso, histórico y único. Quizá no había más para el penúltimo presupuesto de una categoría que no perdona después de equivocarse en verano en el entrenador y los fichajes clave de la columna vertebral: el portero, el central titular y el delantero. Quizá era inviable quedarse después de sumar once en la primera vuelta, pese al trabajo a destajo que ha hecho Francisco, al que nadie reprocha nada y ayer se pidió desde el graderío que se quede, y al movimiento positivo en los fichajes de invierno. Quizá este grupo da lo que da o incluso ha dado más de lo que tenía. Quizá ya se le acabó la última gota de lucha, de insistencia, de batalla tras ver como ganaban el sábado el Celta y el Levante y, justo antes de salir al Alcoraz, el Valladolid.

El Huesca baja a Segunda porque lo ha merecido. No hay más. Pero baja a Segunda de una manera que no merece su espíritu y mucho menos su afición, que no le reprochó ni una coma ni pese a ser goleado y retratado. Baja sin presentarse anímicamente ni competitivamente ante un Valencia que metió cinco goles antes del descanso, pero podría haber metido mil, ante un grupo roto que no cumplió con lo anunciado. No luchó, no se fue al ataque, como había predicho Francisco y confirmado poniendo a sus tres delanteros. Porque no pudo ni supo, porque no podía más.

Si quieren que les hablemos del partido no hay mucho que decir por la simpleza de los acontecimientos, por la rotundidad de los hechos. Porque el Huesca no estuvo y si pretendía estar no se lo permitió su flaqueza y la voluntad del Valencia de no alargar el trámite antes de la vuelta de la semifinal de la Europa League. Porque resulta que un danés llamado Wass, fichado del Celta, marcó el primer gol en el minuto dos, tras un pase raso de su central, Gabriel Paulista, dos recortes y un tiro a la escuadra. Tan simple. Casi tanto como lo que vino después. Otro de Santi Mina y otro de Rodrigo. Otro de Mina y otro de Rodrigo, ya en la segunda parte. Y en medio uno hiriente en propia meta de Etxeita, después de que Ferreiro le pasase el balón a Rodrigo dentro del área en un fallo alucinógeno que condensa cómo devoraron los nervios al Huesca. Que Melero marcara un tanto y todo se acabase con un penalti de Gallar fue anecdótico.

A este triste adiós aún le quedan dos inútiles partidos. Uno en el Villamarín y otro ante el Leganés, dentro de dos fines de semana, para venirse arriba y recuperar el ánimo de fiesta que merece la temporada del Huesca, esa de la que se llevará un estadio nuevo, un sentimiento renacido por toda la provincia, una estructura de club fortalecida y una plantilla renovada para soñar con un ascenso menos sorpresivo. Dos semanas para que El Alcoraz siga siendo de Primera, siga cantándole a sus héroes, porque ni ayer hubo silbidos, y coree eso del ‘a Primera volveremos otra vez’ que resonó en Huesca como el principio del próximo ascenso.