En esta santa vida hay quien busca sobresalir entre la medianía abrazándose a modelos de éxito, copiar aquello que se considera cool. Instagram está repleto. En el otro extremo están aquellos que pasan de esas reglas del postureo y deciden ser uno mismo, a su manera, sin tópicos ni tapujos. Se distinguen por dar color entre tanto gris. Y por su felicidad liberada. El Huesca demostró ayer querer ser uno de esos diferentes maravillosos, mostrando su personalidad indómita, valiente, raruna, hasta friki, para un recién ascendido. Jugando bonito, al ataque, dominando, apabulló a un Valencia tristón para rascar un empate con alma de victoria.

En un partidazo, quizá el mejor de su ciclo en la élite, el Huesca realizó una exposición de intenciones en todo un Mestalla y ante un seis veces campeón de Liga, un Valencia que parecía el chico, el ascendido, el visitante. Solo la ausencia de remate, de suerte o de una vuelta más de tuerca en el ataque, cabalgar en alguna propuesta menos previsible, restó un rasguño de mérito a un Huesca con identidad propia, con un Mosquera magistral y una propuesta que promete alegría y puntos.

En la nada del estadio era fácil imaginar el aplauso que Míchel y sus jugadores se merecían tras desplegar un fútbol de toque, mucha paciencia y atrevimiento. Presionando noventa minutos, superando en posesión a su rival, completando hasta 328 pases, insistiendo en 17 remates, más que en las dos jornadas anteriores (15), llevando un disparo de Okazaki al travesaño, controlando el juego como quería y haciendo nulo a su adversario con una buena defensa. Luciéndose. Gustándose.

Si ante el Villarreal Míchel apostó por encerrarse y buscar los espacios, la apuesta en Mestalla fue dominante. Desde el primer momento quiso la pelota y elevó las líneas dejando al Valencia sin salida limpia y con Manu Vallejo y Maxi Gómez aislados. En los primeros veinte minutos aglutinó el 60% del tiempo de posesión. Con Mosquera como timón y Seoane desescalonando su posición, Ferreiro y Real jugaron a pie cambiado, permitiendo las incursiones de los laterales. Mir en punta y Okazaki siendo una mosca insistente en la segunda línea. El único pero era la previsibilidad. Mucho centro para tan poco remate. Falta gente que sorprenda, que rompa desde atrás o encadene paredes por el centro, haga algo diferente.

El Valencia no se había ni acercado cuando perforó oro a balón parado. Weiss lanzó una rosca envenenada que nadie remató ni despejó y terminó apilada en gol. Demasiado para nada.

ASEDIO / El Huesca no se desesperó y siguió con su dominio de pe a pa. La confianza creció y en el segundo tiempo se extendió el acoso. Fueron cuatro minutos de insistencia. Abrió el tormento Seoane con una volea baja, probó Ferreiro en un centro chut y siguió Pulido con un cabezazo a bocajarro que volvió a parar Doménech. Pero la justicia es griega. Otro saque de esquina, encorvado de dentro a fuera, señaló la cabeza repeinada para atrás de Siovas. La parábola dibujada durmió en el palo contrario. Gol merecidísimo. El segundo del Huesca en Liga. El segundo de un defensa.

El Valencia tenía que estirarse, pero ni inmutó. Sí el Huesca, que tuvo un larguerazo de Okazaki y otra oportunidad de Mosquera, que robó a Guillamón en la presión pero tiró centrado. Aún quedó tiempo para ver los destellos de Borja en los minutos que estuvo, el debut de Ontiveros, la solidez de la defensa, la polivalencia de un Huesca con personalidad propia. Llamando la atención.