La SD Huesca necesitaba ganar por obligación y lo hizo cortándole la cabellera al Valladolid, dejando bien claro durante todo el encuentro que va vender cara su piel de guerrero. El equipo de Sergio González no pudo en ningún momento con un grupo salvaje, pero también bien armado y organizado. La herencia del empate sin encajar goles en San Sebastián, donde el cuadro azulgrana mereció llevarse los tres puntos, se tradujo en una noche perfecta de norte a sur, de área a área. Los altoaragoneses sellaron su portería y se lanzaron hacia la de Masip después de mucho tiempo sin celebrar un tanto. Lo hicieron en cuatro ocasiones, y en casi todas con rapidez, elegancia, poderío y definición. El milagro de la salvación no está a la vuelta de la esquina todavía, pero si es posible, ésta es la forma para obrarlo.

Lejos de dar la mínima señal de ansiedad o de urgencias, el Huesca controló el sistema nervioso sin rebajar una tensión y un ritmo muy altos que desgastaron al Valladolid. Tuvo la primera gran ocasión Óscar Plano para lucimiento de Santamaría. La segunda correspondió a Enric Gallego, el gran portagonista, con un testarazo que parecía letal pero que encontró el cuerpo de Masip. La victoria se cocinó en defensa, donde el trío de centrales va creciendo a pasos agigantados con una concentración y un sentido de la anticipación de una enorme puntualidad. El triunfo necesita sin embargo de autores, y Gallego se puso a escribir capítulo tras capítulo para confirmar que a sus 32 años merece el premio de jugar en la élite por primera vez en su vida.

No es un tanque al uso pero si un ariete muy próximo a los delanteros de la vieja escuela con pinceladas de la más rabiosa actualidad. En el gol que inauguró el marcador, se anticipó con astucia a Calero con casi medio campo por delante, espacio que restó a una considerable velocidad para rubricar su galopada con un un túnel a Masip. A cada zancada, parecía dejar décadas tras de sí en el fútbol más modesto, enfocando la gloria según se aproximaba al portero. Una diana completa, con todos los condimentos. No solo fabricó esa maravilla, sino que además provocó desajustes continuos en Calero y Kiko Olivas, impotentes frente a un marmóreo jugador que se exprime el corazón haya que saltar, lanzarse plancha o sembrar metros en tozudas presiones.

Abrió la puerta del triunfo y lideró como clara referencia a un Huesca que estuvo a su altura en cada balón dividido, a los que acudió con un cuchillo entre los dientes para apropiárselo. Pulido entró a rematar un córner con un yunque en la cabeza, de donde salió el segundo tanto, también de una bella factura. Y sin apenas aliento para celebrarlo, una pelea del Cucho entre cuatro adversarios en el área cayó al pie de Moi Gómez, quien, muy listo, hizo el tercero para delirio de El Alcaraz. Un tanto no concedido por el VAR a Óscar Plano dio paso a la masacre: Galán, debutante, filtró una pelota larga para Chimy, recién ingresado al campo, y el argentino se fue a por Masip para cerrar una noche de ensueño, para culminar una victoria que permite seguir creyendo en los límites de la realidad. Como el sueño que vive Enric Gallego.